Teresa Alario
Marina Núñez
“Propuesta en un fin de siglo”, catálogo. 2000, pp. 85-88.
La crítica especializada española ha reconocido en la pintura de Marina Núñez una de las obras más personales y, a la vez, más características de la producción artística del país a lo largo de la última década del siglo.
Formada en la Facultad de Bellas Artes de Salamanca en el momento en que dominaba en España una visión dicotómica de la pintura en abstracción=compromiso, frente figuración=apoliticismo 1, Marina se vio abocada a una pintura abstracta que pronto se reveló para ella como un lenguaje vacío, un conjunto de recursos que podían tener un atractivo resultado, pero que no le permitían decir mucho de sí misma, comunicarse con las y los espectadores. A lo largo de los últimos años del siglo XX esta dicotomía ha perdido totalmente su razón de ser, como afirma Achile Bonito Oliva: “No parece posible recuperar viejas identificaciones (abstracción-experimentación-progreso; figuración-represión-retroceso), puesto que ha entrado definitivamente en crisis precisamente la idea de progreso, vinculada a una cultura historicista que ha atravesado intensamente incluso las posiciones de izquierda”. 2
Marina Núñez optó pronto por una figuración minuciosa y pertinaz, que la pintora escogió porque deseaba ser entendida y recuperar la capacidad de relatar de la pintura, tal como ella ha manifestado en repetidas ocasiones -”me preocupa y me gusta mucho llegar al espectador” 3– y ha puesto en evidencia la crítica: “Marina defiende el arte como acto de comunicación, no como creación genial y solypsista” 4.
Por otro lado, el naturalismo excesivo y la minuciosidad de su técnica pictórica, se convierten en manos de Marina en un recurso contra el androcentrismo dominante en las artes plásticas, como en toda la sociedad, pues con las viejas armas de la pintura intenta deconstruir el viejo pero vigente discurso, apropiándose de algunas imágenes estereotipadas y falsas que el poder ha ido elaborando sobre las mujeres a lo largo de los siglos, y recurriendo a la seducción de lo visualmente reconocible. Sin embargo, la pintora utiliza algunos recursos para poner de manifiesto su distanciamiento de la tradición del naturalismo occidental. Por ejemplo el detallismo casi fotográfico de su pintura se contradice con una utilización incongruente de las sombras en el interior de algunos sus cuadros, se niega a la utilización del marco, dejando caer sus telas con pliegues y arrugas o colocando sus personajes recortados directamente sobre la pared. Así, Marina Núñez ha cuestionado esos mensajes y el mismo concepto de genialidad en que se apoya el arte occidental “utilizando ella misma algunas de las armas que tantos éxitos y triunfos han tenido en la historia del arte masculino” 5.
Su obra se enmarca en el contexto del arte feminista que ha sido considerado como uno de los pilares de la renovación artística del último tercio del siglo XX, y que sólo en los últimos años esta comenzando a adquirir cuerpo en nuestro país. El feminismo construccionista, que potenció una actitud crítica hacia los modos de representación tradicionales, es la base de sus creaciones iniciales en las que irónicamente utilizaba como soporte elementos que simbolizaban la histórica y forzada domesticidad femenina, como manteles o servilletas bordadas que enmarcaban imágenes aparentemente triviales de cómodos interiores burgueses con algún elemento inquietante -un huevo que pendía del techo, unos cuadros poblados de ojos inquisidores que colgaban de la pared- que sintetizaban la angustia y la asfixia que el patriarcado había impuesto a las mujeres con la clausura en el ámbito doméstico. En otras ocasiones Marina ha recurrido al uso de citas tomadas de la Historia del Arte como los bodegones barrocos con frutos abiertos, símbolos tradicionales del cuerpo femenino. Sin embargo, son bodegones donde algo extraño sucede porque las uvas se convierten en ojos, y los redondos frutos se rasgan en forma de heridas, o cuelgan de ellos largos mechones de cabello, metáfora máxima de la feminidad en la sociedad patriarcal.
Pero las obras de Marina Núñez están pobladas básicamente de figuras femeninas en universos neutros y atemporales, cuerpos suspendidos en el aire, en un espacio inconcreto y plano, inexistente. “No son lugares” dice Lola Donarire «y ello contribuye a redundar en la sensación de extrañeza al percibir la indeterminación y la inexistencia de señales de Idealización, en definitiva, en la no verdad de la verdad” 6.
En estas obras el cuerpo, como metáfora de la identidad, se convierte en protagonista por ser “el principio mismo de la realidad, el origen de las diferencias” 7, y porque ambos son una construcción cultural, como lo son los géneros. No hay cuerpos “inocentes” y tampoco miradas “inocentes”, pues “la experiencia individual muy difícilmente puede separarse de los productos culturales heredados” 8. Cuerpos construidos a partir de una figuración minuciosa, como los bellos estereotipos de mujer tomados del cine y los medios de comunicación, que se convierten en una trampa para el ojo y la mente, pues lo que causa inquietud en estas creaciones está mas allá de lo que vemos, como escribe Juan José Millas, “eso es el terror: que lo que parece una cosa sea otra” 9.
El tema por antonomasia en las obras de Marina son las identidades excluidas, “lo otro”, lo que sólo existe en referencia a los modelos identitarios dominantes. Por eso, el protagonismo es para las figuras femeninas que nos interrogan sobre la identidad o, mas bien, las identidades, pues la identidad humana constituye un espacio contradictorio y cambiante, a la vez necesario y peligroso. En las obras de Marina las mujeres se convierten en sujetos que “son” desde su dolor, desde su monstruosidad o su locura. Las distintas series que han ido saliendo de las manos de esta pintora, desde mediados de la década de los 90, nos han presentado un desfile de cuerpos de mujer en constante extrañamiento, mujeres fuera de orden porque se reconocen sujetos a pesar de la otredad que el patriarcado les atribuye. Medusas de peligrosas cabelleras envolventes, mujeres monstruosas, empaquetadas que gritan, locas “de alucinatoría precisión dibujística que flotan ausentes en el espacio dramático del lenguaje, confinadas en los límites de una torturada y errática gestualidad que ritualiza su condición enajenada” 10, se han convertido en protagonistas de la obra de Marina.
Entre estas figuras de mujer se imponen, por su insistencia, aquellas cuyas bocas han sido borradas o cuya lengua está siendo torturada, sometida, en una alusión a la palabra que el patriarcado ha negado históricamente a las mujeres. Y, parafraseando a la filósofa Amelia Valcárcel, es evidente que quien no tiene poder no funda sujetos ni crea relatos o, lo que es lo mismo, está condenada a no existir. La obra de serie “Locura”, que se presenta en la exposición, es buena muestra de esta negación. Pintada sobre una tela con los bordes rematados por una puntilla, un tipo de soporte que hace referencia a los estereotipos de la feminidad y que la pintora venía utilizando desde 1992, sobre un fondo neutro rabiosamente rojo, símbolo ambiguo entre la pasión y la violencia, surge en blanco y negro una cabeza de mujer que, con un gesto extremadamente forzado, sostiene un extraño aparato metálico en la punta de su lengua. La lengua, generadora del discurso, sirve aquí de peana para un agresivo instrumento, símbolo de la autoridad y de la norma patriarcal, mientras la mujer se ve obligada a mantener un gesto extremo, absolutamente apartado de los rostros y cuerpo femeninos idealizados, serenos, sin gesto, generalmente pasivos, a que la historia del arte occidental nos ha acostumbrado, imponiendo a los espectadores y espectadoras la posición de “voyeurs”.
En las obras de los dos últimos años Marina Núñez sigue tratando el tema de las identidades marginales, confusas, heterodoxas. Nos pregunta sobre la construcción de la identidad a través de la unión futura -¿o ya es presente?-entre la humanidad y la máquina. La serie Ciencia-Ficción, en que la artista ha utilizado técnicas que van desde la infografía al óleo sobre lienzo, narra el proceso de construcción de los cuerpos cibernéticos. Sin embargo no los rechaza, no parte de ese miedo frente al alien que nos suelen transmitir novelas y películas de ciencia-ficción, porque ¿qué cuerpo, qué identidad, no está construida en este fin de siglo?.
En el contexto de esta serie hay que entender la segunda pieza que se expone de esta pintora, ya que representa un paso entre sus monstruas y los cibogs, esos seres que, como Frankenstein, son resultado de la mezcla en el laboratorio. La imagen parece representar a una mujer cubierta con una sábana de referencias zurbaranescas, pero pronto descubrimos que bajo la sábana no hay nada, que sólo es un cuerpo roto, fragmentado, eso si con un bello rostro, pero hierático, sin expresión vital. Es sólo un fragmento, un muñón imposible que parece a la espera de que alguien lo complete en la mesa de operaciones o el laboratorio. Es una imagen en que feminidad y cyborg comparten el hecho de ser una construcción: “al igual que el cyborg la mujer es también ensamblaje, mascarada, ficción, construcción artificial” 11. Por eso, quizá, algunas feministas no le tienen miedo a un futuro mundo de ciborgs, porque como plantea Donna J. Haraway “el cyborg es una criatura en un mundo postgenérico” 12.
1 Juan Manuel Bonet. “Voces de fin de siglo” en W.AA. A la pintura, Alicante, 1996, p. 48
2 A. Bonito Oliva El arte hacia el 2000. Madrid, 1992, p. 34
3 Diario El País, viernes, 18 de agosto de 2000-09-12
4 Patricia Molins Juegos de Sombras. Gallería Seno, Milán 2000
5 J. A. Álvarez Reyes. ¿Por qué la histeria? ¿por qué la pintura? Universidad Pública de Navarra, 1996
6 Lola Donaire “Una extrañeza surreal ó la realidad extrañada” Revista Lápiz, n° 162, p. 37
7 Isac Montoya, Canal de Seducción, Junta de Castilla y León, 2000
8 Cabello, H. y Caceller, A. “Sujetos imprevistos” en Zona F, Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana, p. 53
9 El País, viernes, 25 de agosto de 2000
10 Fernando Huici. “Marina Nuñez y la locura”. El País, 27 de septiembre de 1997
11 Martínez-Collado, A. y Navarrete, A. “Cyberfeminismo: dos escenarios” en Zona F, Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana, p. 165
12 DJ. Haraway. Ciencia, cyborgs y mujeres. Madrid, 1995, p255