Elena Quintana
Marina Núñez: La exquisitez atroz de la locura humana
Entrevista, Revista Belio nº 6, 2001, pp. 14-18

 

El óleo sobre diversos soportes e infografías son sus armas, y sus figuras, que exhalan una belleza terrorífica, atraen al espectador desde su calidez y también desde su monstruosidad. El ‘olor’ ácido de la sangre pintada a pequeños trazos llega sin saber cómo hasta tus papilas gustativas, quizá por la simple recomposición de sensaciones dentro de ti; una recomposición alimentada por la memoria de tu subconsciente. Tu extraña salivación parece reaccionar antesus obras con una mezcla embriagadora de sabores. Una saliva que no se sabe muy bien si ha surgido porque indescriptiblemente ha encontrado ‘sabor a sangre’ agradable o asquerosamente agrio. La obra de esta artista que rompe moldes y estereotipos asociados al “arte femenino”, radica en el estudiar del ser humano, en una composición poblada de venas, músculos y tiras de piel que ocultan recelos y miedos.

Sus series de “La Locura” perturbaron a la crítica especializada de varios paí­ses porque no sabían cómo calificar su arte. Los más avispados apostaron por titulares tan atractivos y extravagantes como “mujeres para la locura”, “un mundo espeluznante”, “trágicas mujeres locas” o “posfeminismo cibernético”, términos que lejos de perturbar la visión que tiene de su propio arte, a Marina Núñez le parecen bastante próximos a su trabajo. “Me encantan esos titulares, son muy descriptivos. Efectivamente me sitúo dentro del pensamiento femi­nista, que ahora se llama posfeminista, y llevo un tiempo representando per­sonajes cibernéticos. Efectivamente las mujeres están asociadas a la carencia de razón. Efectivamente la locura es una tragedia. Y efectivamente el mundo es espeluznante”.

Profesora de pintura en la Universidad de BB. AA. De Pontevedra, intenta en sus clases de segundo curso “poner al arte en relación con la sociedad, no hacer un análisis exclusivamente, formalista sino introducir cierta perspectiva, estudiar desde fuera todo lo que implica la producción, distribución y recepción del arte.” Si paramos un momento para analizar la competición que existe entre el ‘arte femenino’ y el ‘arte masculino’, ella hace una acertada afirmación: “El género, como la raza, la clase social o la cultura donde uno se educa, van sujetando a la persona, es decir, convirtiéndola en sujeto. En las Facultades de Bellas Artes estudian muchas más mujeres que hombres, y en el mundo del arte profesional, incluso hablando de gente joven, circulan muchos más hombres que mujeres, así que es fácil deducir que algo pasa. Las exclusiones hoy son mucho más sutiles, y eso las hace más difí­ciles de combatir, más insidiosas. Pero, por suerte, el panorama está cam­biando muy rápidamente.”

 

ESTUDIO DEL CUERPO HUMANO Y SU ALMA ATORMENTADA

Las mujeres de Marina están locas, de eso no cabe la menor duda. Por sus venas recorre esa locura genial y dramática de los poetas o los artistas retrata­dos en las novelas de finales del XIX. Su piel se torna de un rojo intenso o un azul fantasmagórico según el momento, aunque parece que esto no surge de una obsesión personal de la artista. “No creo que haya obsesiones personales, aunque me gusta el rojo. Tan sólo es que, convencionalmente, los colores lle­van asociados determinados significados, y en nuestra cultura actualmente al rojo se le identifica con cierta intensidad, con tos sentimientos extremos, con la pasión o la violencia. O con la locura, que es la serie en la que más lo he utilizado.”

Si echamos una mirada atrás, podemos percatamos también de que el color rojo ha sido a lo largo de la historia del arte asociado infinidad de veces con la feminidad, por lo que en este caso cobra un doble sentido que fortalece el trabajo de su autora. Esa pasión, esa violencia o esa tensión de la que habla se hace evidente en los tejidos musculares de sus figuras que pare­cen tensarse y se llegan a estirar como goma de mascar. A pesar de que en un primer acercamiento uno puede llevarse la impresión de que lo escabroso ocupa el punto cumbre de su obra, cuando uno ojea de nuevo algunas de sus figuras, el estupor primerizo se difumina. Y si es una mujer la que observa detenidamente estas escenas puede ser capaz de identificarse en cierto senti­do con la agonía o la presión que parece perturbar a esos personajes retrata­dos. Sienten o padecen la locura, pero una locura que en ocasiones parece provenir de la racionalidad llevada al extremo, de su intento por ir más allá en su conocimiento del mundo. En otras, esos síntomas de locura se manifiestan aterradores y violentos, incluso psicopáticos o enfermizos. “Creo que, al menos en Occidente, la locura es el paradigma de todo lo que amenaza a la razón: pasiones, sueños, enfermedades, apariencias engañosas…” explica la artista, “entre otras cosas, yo la utilizaba como la manifestación de los desajustes de un sistema basado en una razón que se pretende justa e infalible y se revela violenta y precaria.”

Llegados a este punto uno se plantea irremediablemente si la locura de sus fi­guras tiene algo que ver con la locura que muchas veces se le atribuye a los artistas. “No creo en la locura del artista, es un mito. No creo que haya más proporción de desequilibrio en el arte que en otras profesiones. Probablemente muchos artistas hayan adoptado cierto tipo de excentricidad a posteriori, para ajustarse a la leyenda”. Con estas declaraciones tan coherentes nos queda claro que la locura de sus personajes no procede en este caso del caos mental que pudiera sufrir su autora. Sus mujeres que representan un papel protago­nista en esta fantástica historia, a veces nos miran fijamente, desafiantes, con extrañas muecas reflejadas en sus rostros. Otras tienen la mirada perdida entre dos mundos, lo cual las dota si cabe de un aspecto aún más fantasmagórico.

Para la tranquilidad del lector es necesario recalcar que Marina Núñez no considera sus cuadros autobiográficos en absoluto y no utiliza la pintura como terapia de exorcismo: “Refleja determinados estereotipos, deconstrucciones o incluso apuestas por esos estereotipos de lo anómalo, de lo excluido, de lo que se sitúa en los márgenes. Pero no son imágenes de seres del futuro, más bien una revisión de tipologías del pasado.”

La definición de “arte femenino”, dice la artista, “no me incomodaría si la gente que emplea el término supiera mejor de lo que habla. ¿Del arte hecho por mujeres? Porque este no es necesariamente femenino. ¿Del arte feminista? ¿De ciertas características temáticas o formales culturalmente asociadas a lo femenino, lo hagan hombres o mujeres? Eso sí me interesa, pero sin tópicos. La “escritura femenina” va mucho más allá de la delicadeza o la repre­sentación de vaginas, en muchos sentidos significa subversión”. Y concluye este alegato de forma contundente: “En principio, yo diría que mi arte no muy femenino, y sin embargo sí es feminista”.

 

TRAYECTORIA E IDEAS PRIMARIAS

Cuando hablamos de artistas que la han fascinado de una u otra manera, enumera, algunos sin reparos: “Artistas de signo, muy diverso: Bruce Nauman, Annette Messager, Gerhard Richter… más jóvenes, por ejemplo, Rebecca Horn, Tony Oursler, Robert Gober, Kiki Smith, Gary Hill…” Pero éstos no son más que ejemplos que le vienen en este momento a la cabeza. Por otro lado, películas como “La mosca” de Cronenberg le han impactado enormemente, aunque lo que cree que más le ha influido siempre en su obra “han sido los ensayos y las reflexiones de los pensadores lúcidos”. La exposición de sus obras en las galerías más importantes de España, como el Museo de Arte Reina Sofía no le hacen pensar que ya sea un personaje famoso. “Mi impresión es que en el mundo del arte, en España o en cualquier sitio, nunca se gana una posición, sólo se ocupa eventualmente. El reconocimiento momentáneo no significa gran cosa, al año siguiente puedes ser historia, porque creo que todo es muy arbitrario”. Sin embargo hay que decir también que varias exposiciones, en México DF, Düsseldorf, Miami, Lima, Quito, Caracas o París avalan su trayectoria artística.

Desde que empezó a presentar sus primeras obras ha aumentado un poco su escepticismo sobre la institución del arte, pero el paso del tiempo le ha permitido “ahondar en la importancia de la dimensión ideológica del arte”. Sus composiciones, como las que pudimos ver en el Espacio Uno de Madrid, han sido pensadas y creadas de manera global, teniendo muy en cuenta el ambiente y el punto de vista desde el que vaya a ser observada la obra. “Me encanta crear escenografías con las imágenes, sobre todo cuando el lugar de exposición lo permite por sus características arquitectónicas. La bóveda de la sala primera de Espacio Uno era perfecta para recrear un ambiente gótico, por ejemplo. El lugar del espectador es importante en las obras que han sido pensadas para reforzar su situación de poder sobre la imagen observada (cuando están en el suelo o en general bajas) o para sugerir todo lo contrario (cuando están en el techo). Los cálculos de ocupación de un espacio las preveo, dentro de lo posible, con simulaciones por ordenador, y no suelo llevarme muchas sorpresas”.

Esta oscuridad de sus composiciones y el ambiente tétrico en el que las envuelve, muchas veces inducen al error, pero la estética del horror y lo siniestro son un aspecto importante de su estética. “No pretendo hacer cuadros bonitines ni light, así que esas calificaciones me parecen bien, siempre que no se haga el típico traspaso de la obra al artista por la manía autobiográfica, y se extiendan esos adjetivos a mi persona. El horror son muchas cosas, pero se podrían resumir en que la mayor parte de la población mundial malvive en condiciones indignas. Lo siniestro, siguiendo a Freud, son aquellas situaciones ambiguas en que lo coti­diano esconde algo inquietante, en que tras la bella fachada acecha lo monstruo­so.” Y ese es el punto fuerte de su obra. Las mujeres que representan tienen esa dualidad entre la belleza y lo monstruoso. Ese especial atractivo que tienen muchas de las figuras aterradoras que pueblan nuestras pesadillas y que al des­pertarnos dejan un vago recuerdo escalofriante y en parte conmovedor, excitante.

El predominio de la figura humana, a modo de estudio anatómico, así como un estilo ‘realista’ son también algunas de las claves de su éxito. “La representación naturalista de la realidad no me interesa en absoluto, y no sigo ninguna de sus reglas. Tan sólo soy “figurativa”, si es que decir eso tiene hoy alguna importancia, porque me interesa la narrativa, contar historias. Para trabajar utilizo fotografías que hago previamente a modelos, pero luego no intento copiarlas con “veracidad”, las utilizo para transmitir los conceptos que me interesan de la ma­nera más efectiva posible. El cuerpo humano me atrapa porque es un correlato de la identidad de los sujetos, y por extensión de todo el orden social.”

 

EVOLUCIÓN TEMÁTICA: DE LA LOCURA A LOS CIBORGS

Antes de La Locura, Marina Núñez dibujaba a la burguesía en ambientes domésti­cos siniestramente representados. Luego llegó una serie compuesta por mujeres muertas, locas, monstruosas y por último los cíborgs, en los que está embarcada ahora. “No tengo la sensación de que hayan sido transiciones abruptas y no tengo ni idea de lo que vendrá después, de momento me siento muy cómoda con la iconografía de ciencia-ficción”, asegura. Hablando de “Cíborgs”, su obra más reciente dedicada a personajes que parecen estar siendo abducidos o que sencillamente proceden de un planeta lejano, nos asalta la duda de si Marina creerá o no en el más allá o en la existencia de vida en esos otros mundos que tanto rep­resenta. “En el más allá en un sentido místico o religioso no, en absoluto. La exis­tencia de vida en otros mundos me parece probable, teniendo en cuenta la inmen­sidad del número de mundos de que estamos hablando, pero en todo caso no me importa demasiado con relación a mis imágenes. Una abdución no tiene por qué leerse literalmente en plan Expediente X, puede entenderse fácilmente como una metáfora de absorción u ocupación por lo otro. Y lo otro es algo cotidiano, es todo lo que se excluye de los cánones normativos.”

En la serie actual de cíborgs la artista especula sobre cuerpos e identidades del siglo XXI. Deja un poco de lado esa ‘realidad inventada’ que utilizaba en la serie de La Locura para centrarse en la ciencia-ficción. Seres que están siendo abducidos cuyas venas escapan de su cuer­po y parecen ser absorbidas por algún ente superior. Personajes semitransparentes dotados de un aura rojiza. Un ejército de cíborgs que según nos explica no pre­tenden ser ‘comiqueros’ aunque desde muy pequeña ha sido “una lectora ávida de ciencia ficción”. Su participación como jurado en certámenes de artistas jóvenes como la 12a edición de “Circuitos” ha confirmado su idea de que no existen demasiadas diferencias entre las nuevas generaciones y la suya, ni en técnicas ni en conceptos. “Quizá falte más tiempo para que el arte se vea seriamente afecta­do por acontecimientos tan importantes como internet. Veo, como siempre, que hay un montón de gente buena trabajando en España, y como siempre me pre­gunto:  ¿Por qué nos venden tan mal en el extranjero?”

Eso nos preguntamos también nosotros. Si ideas tan llamativas y sobrecogedoras como las que engen­dra esta profesora de Bellas Artes, triunfan dentro y fuera de nuestras fronteras, no debe ser cuestión de conservadurismo, lo siniestro atrae; lo espeluznante ocupa portadas de revistas y discos; lo aparentemente sobrenatural y lo extremo sirven a los creativos como reclamo para las últimas campañas publicitarias o el lanzamiento de una nueva estrella de rock. Locos, amas de casa, ciborgs, altos ejecutivos, maníacos homicidas… todos son lo mismo observados a través de los ojos del arte. Se mueven poco a poco, pieza a pieza, encajándose en ese particular caleidoscopio, y adoptan nuevas formas más o menos ‘realistas’ que reflejan nuestras inquietudes, locura y miedos. Si de locura va el asunto, quien no esté loco en uno u otro aspecto, que tire la primera piedra.