José Jiménez
Luz negra
“Marina Núñez”, catálogo, Ed. Galería Salvador Díaz, Madrid 2001, pp. 11-30.

Texto en Inglés

 

En «Rescate al borde de la carretera», una pequeña historia de ciencia-ficción de la escritora norteamericana Pat Cadigan (1985), nos sentimos sorprendidos cuando comprendemos que un extraño, viscoso y bien oliente alienígena experimenta placer sexual oyendo la voz humana. El «acompañante» humano que le sirve de asistente y hace posible que comprendamos la situación, porque el alien no tiene voz propia, aclara: «lo que realmente le encanta es hablar. La conversación. Las ondas de sonido creadas por la voz humana son especialmente agradables para él.» (Cadigan, 1985, 204). El objeto de nuestro deseo es, siempre, aquello de lo que carecemos, lo que nos falta.

 

Para esos seres «de otro mundo», hacerlo es oír hablar, algo que significa acceder a una experiencia para ellos completamente nueva: «Allá de donde vienen no existe el lenguaje hablado. Y nosotros somos tan nuevos y diferentes para ellos.» (Cadigan, 1985, 207). Esa idea de «novedad», la búsqueda de algo distinto, diferente, tan íntimamente asociada a la dimensión humana de la sexualidad, a lo que sólo tratándose de seres humanos puede llamarse erotismo, nos revela hasta qué punto ese alien remoto brota del espejo de nuestra más profunda intimidad.

Mucho más cuando Pat Cadigan desvela en el desenlace de su relato que al alienígena no sólo le gustan las voces humanas, sino que, ¡pequeño pervertido!, si es que la perversión existe, le excitan de modo peculiar las voces airadas: «Sus preferencias se vuelcan hacia hombres hablando con miedo e ira, algo que no se puede falsear.» (Cadigan, 1985, 207).

El relato de Pat Cadigan es uno más, un ejemplo entre tantos otros posibles en la literatura o el cine de consumos, pero en el que podemos apreciar los sueños y necesidades latentes de nuestra cultura: un mundo en el que la imagen del ser humano se perfila en un proceso cada vez más intenso de mestizaje e hibridación, de mezcla con «lo extraño», con lo no humano, el extraterrestre o la máquina.

 

Inmersa en ese universo de nuevas sensaciones y experiencias, más allá de la tradición clásica de la representación, la obra de Marina Núñez se apropia de esas imágenes latentes de consumo popular cada vez más extendido, y habitualmente despreciadas desde la autosuficiencia solemne de la pretendida «alta cultura». Porque allí, precisamente en ellas, se aprecia el trazado en negativo de nuestro deseo, aquello que lejanamente atisbamos como alcanzable, precisamente porque nos falta.

Marina utiliza las mismas imágenes del universo cotidiano de la cultura de masas: literatura de consumo, diseño, ilustración gráfica, cine. Pero las transciende. Se apropia de ellas y la conduce a un espacio interior, íntimo, desde el cual establece una interrogación radical sobre lo que tenemos y nos falta, sobre el destino de nuestra civilización. Últimamente su atención se ha centrado en el ciborg. Una figura que, al menos desde el gran impacto visual e icónico de Blade Runner (1982), de Ridley Scott, nos hemos acostumbrado a considerar como algo familiar: humano, demasiado humano.

 

El término cíborg, que procede del inglés cyborg, es una abreviación de organismo cibernético (cybernetic organism). Se abrió originariamente camino en la literatura de ciencia-ficción para expresar la idea de la sustitución creciente de partes del cuerpo humano por componentes artificiales, hasta llegar a lo que sería el último escalón en ese proceso: la sustitución del cerebro carnal por un cerebro digital.

El cíborg, a diferencia del autómata, implica una mezcla, una síntesis, de cuerpo y máquina. Es importante tener en cuenta que la aparición de la idea implica el desarrollo de la tecnología moderna. Y así, desde este punto de vista, el «monstruo» creado por Frankenstein (y la imaginación literaria de Mary Shelley), el nuevo Prometeo de los tiempos modernos, debería ser considerado en sentido estricto el primer cíborg. Obviamente, «la idea» del cíborg ha adquirido un nuevo impulso con el desarrollo de la tecnología digital. Y si es cierto que la medicina se ha servido desde tiempos inmemoriales de prótesis en sus diversos procedimientos de «cuidado» del cuerpo, nunca como en las últimas décadas se había alcanzado un grado tan intenso de utilización de todo tipo de prótesis y de síntesis creciente de componentes artificiales y corporales en las prácticas terapéuticas.

 

Todos nosotros somos ya hoy, en mayor o menor medida, cíborgs: organismos mixtos, compuestos. Y lo iremos siendo todavía más en ese futuro aceleradamente presente. Por eso, la propia Marina Núñez, ha podido hablar de «Nosotros, los cíborgs», y llamar la atención acerca de que esa fusión del cuerpo con la tecnología supone «una alteración significativa de la identidad», así como la generación de «un nuevo tipo de subjetividad». Ese es el horizonte en el que se sitúan sus obras, y de ahí brota el tipo de extrañeza, de incertidumbre de la mirada, que provocan sus figuras: ¿ellos son nosotros?

 

En los inquietantes, y a la vez hermosos personajes de Marina, podemos rastrear algunos de los mitos latentes más densos y referenciales de esta época digital naciente. Los cíborgs son seres cambiantes, metamórficos. Lábiles, en el sentido que introdujo en la ciencia-ficción Samuel R. Delaney en su relato de 1979 El límite del espacio (The Edge of Space). En biología, se llama «lábil» a la estructura celular que cambia o se rompe rápidamente al ser examinada. Delany usa el término para expresar modificaciones rápidas de humor o talante armonizadas sensitivamente con los cambios de la situación o el entorno. Podríamos decir que los cíborgs son espontáneamente «interactivos».

Decir lábil,  cambiante, o metamórfico, resulta particularmente adecuado si queremos expresar la deriva más intensa de la personalidad contemporánea: el desdoblamiento, o incluso la diversificación plural, del carácter. Somos, a la vez y según los contextos, duros y suaves, crueles y tiernos, despiadados y compasivos, masculinos y femeninos. Cada vez más, interactivos.

 

Este último aspecto es particularmente decisivo en la configuración de los cíborgs de Marina Núñez, que a primera vista podrían parecernos «asexuados». Pero la cuestión es más profunda, se trataría más bien de una labilidad «sexual». Sobre los alienígenas, en la historia de Pat Cadigan (1985, 203) que nos ha servido de punto de partida podemos leer: «Con algunos, el género es algo irrelevante. Algunos tienen más de un género. Algunos tienen más de dos. Imagine hacer ese viaje, si puede». De eso se trata: imagine. Porque el desbordamiento de «las fronteras» de los géneros «sexuales» es uno de los ejes latentes de nuestra cultura al menos desde la década de los sesenta en el siglo ya pasado. Y, a la vez, uno de los tópicos más transitados en la ciencia-ficción.

Desde un punto de vista ya específicamente teórico, el problema centra igualmente la atención de Donna J. Haraway en su Manifiesto para cíborgs (1991, 2): «El cíborg es una criatura en un mundo post-genérico. No tiene relaciones con la bisexualidad, ni con la simbiosis preedípica, ni con el trabajo no alienado u otras seducciones propias de la totalidad orgánica, mediante una apropiación final de todos los poderes de las partes en favor de una unidad mayor.» Y también: «El ‘sexo’ del cíborg restaura algo del hermoso barroquismo reproductor de los helechos e invertebrados (magníficos profilácticos orgánicos contra la heterosexualidad). Su reproducción orgánica no precisa acoplamiento.» (Haraway, 1991, 1-2).

 

El cíborg instaura la posibilidad, y el sueño latente, de un sexo sin restricciones, no sometido a las «limitaciones» del género, una especie de polimorfismo del deseo que, en lo que tiene de «indiferenciación», no deja de expresar una oscura voluntad de retorno a un universo infantil. Algo que, desde otro punto de vista, enlaza con la voluntad de rejuvenecimiento, de sentirse en el alba de una nueva era de la tecnología, que haría posible la utopía de una humanidad perpetuamente joven y sana, quizás el ensueño de mayor calado en las sociedades del «primer mundo» en esta época de acelerada transición hacia un nuevo milenio. Querer ser niños. Siempre. El complejo de Peter Pan como eje simbólico dominante del tiempo presente.

Marina Núñez sitúa en el cuerpo del cíborg algunos de sus elementos más intensamente positivos. Su carácter heterogéneo, frente a las ideas de pureza o unidad del cuerpo canónico de la tradición cultural de Occidente. Su carácter poroso, abierto al contexto y a la situación. Y, también, su carácter evanescente: esa capacidad de tránsito, que en su modulación última llevaría a la desaparición del cuerpo, a su metamorfosis en una realidad puramente mental. Este último aspecto nos da las claves de esa fuerza energética que irradia desde dentro de las figuras de sus ciborgs. De esas cabezas, por ejemplo, que llevan en su interior todo un planeta.

En este punto, el umbral de la nueva tecnología digital, los avances en las experiencias de realidad virtual y de vida artificial, supone una reactualización de un sueño ancestral de la humanidad. La idea de la plena desmaterialización del cuerpo, de la metamorfosis completa del cuerpo en espíritu y de su circulación astral, clave de bóveda de las filosofías espiritualistas, tanto orientales como occidentales.

 

Bruce Sterling, uno de los escritores más reconocidos dentro del llamado ciberpunk (toda una corriente contra-cultural, en la que se alían la utilización de la tecnología digital y la voluntad de revuelta contra el sistema) publicó en 1985 una novela: Schismatrix, en la que un personaje, devorado por un alien, se convierte en un espíritu puro y termina alcanzando una transcendencia cósmica, viajando y observando a través del universo.

Comparto con Marina Núñez la desconfianza ante ese tópico de la eliminación de lo corporal, si con él se pretende propiciar un cierto renacimiento de los ascetismos espiritualistas. Prefiero remitirme a una tradición materialista, antropológica, de reivindicación de la carnalidad del cuerpo, tomando como referente, por ejemplo, en los tiempos modernos a Friedrich Nietzsche. Para plantear que la mayor luminosidad de la mente tiene su raíz en el cuerpo. Eso es lo que hace especialmente luminosos a los cíborgs: son, ante todo, cuerpos, cuerpos transcendidos, resultado de una fusión de carne y artificio que los lleva hasta la luz. En ellos podemos apreciar el cuerpo como eje de la energía y la luz, como fuente de la espiritualidad que fluye.

Es cierto, en todo caso, como afirma otro escritor ciberpunk: Gareth Branwyn, que hoy día (aunque, ¿no ha sido así siempre?) «el nuevo campo de batalla son las mentes de la gente». El avance vertiginoso de la utilización de la tecnología digital, y sobre todo su aplicación a los flujos y canales de información, han cambiado de modo irreversible el horizonte de nuestra civilización. Y desde ese punto de vista, el combate por la libertad  es, de un modo decisivo, un combate mental, filosófico.

 

¿Qué es «apariencia», o «simulación»? ¿Qué es «real»? Esas viejas cuestiones, cuya formulación supuso el nacimiento de la tradición filosófica de Occidente, no son ya hoy el territorio de meditación de un número exiguo de mentes privilegiadas, sino un espacio global e intercomunicado de reflexión que va creciendo en densidad y complejidad. De ahí la voluntad de control: comercial, económica, política, del sistema, una vez más decidido a emplear todos sus resortes autoritarios.

La mente filosófica ha alcanzado una nueva meta, un nuevo telos o causa final, en la idea del ciberespacio. Esa idea de un territorio virtual, de un cíborg global de la mente y la materia humanas, tan brillantemente formulada por William Gibson en su novela Neuromancer (1984, traducida al castellano como Neuromante), encierra dentro de sí una voluntad de expansión cósmica del conocimiento, en una línea que no resulta demasiado lejana de las diversas variantes categoriales que la filosofía de Occidente ha ido acuñando acerca del alcance cósmico o astral del conocimiento.

La cuestión está «en el aire»: la nueva senda de la liberación (pero, ¿hubo verdaderamente otra alguna vez?) es el control mental de esa construcción que seguimos llamando «realidad». En torno a esa cuestión se despliega el Neuromante de Gibson, prolongado visualmente por los grandes estudios de Hollywood en The Matrix (1999), de Larry y Andy Wachowski. Ciberespacio: «Una alucinación consensual experimentada diariamente por miles de millones de operadores legítimos, en cada nación», escribía William Gibson.

 

Es ése el territorio donde se sitúan, donde viven y alientan, donde nos situamos, los cíborgs de Marina Núñez. En su trayectoria artística, estas obras se cargan de un modo especial de luz y de energía. No pueden comprenderse plenamente desde una percepción meramente externa: remiten a un espacio interior, a un universo mental. A ese «campo de batalla de la mente» donde se sitúa la nueva frontera de la libertad humana, de la libertad ciborg.

Donde nos situamos: porque los cíborgs no son otra cosa que nuestro reflejo interior. Similares a los ángeles, o a los aliens benefactores: plasmación en la imagen de aquello que quisiéramos ser y que melancólicamente asumimos que nunca seremos. Espíritus de la mediación entre la tierra y el vuelo, entre el peso de lo carnal y la elevación del espíritu.

 

Por eso la luz que emiten es oscura, negra como la melancolía: en ellos, en los cíborgs, se encierra el prisma cambiante de nuestro deseo. Ese sueño de omnipotencia que ahora ya no confiamos a la religión, ni a la política. Que la tecnología «parece» haber hecho posible. Pero esa es la cuestión: parece. La distancia entre parecer y ser es tan larga como un trayecto entre galaxias lejanísimas. Sólo un cíborg de cuerpo poroso y cambiante puede llegar a recorrerla.

 

  1. [Pat Cadigan (1985)]   «Roadside Rescue«. Tr. cast. de Domingo Santos: «Rescate al borde de la carretera», en Ellen Datlow (ed.): Sexo alienígena; Destino, Barcelona, 1992, pgs. 199-208.
  2. [Donna J. Haraway (1991)]   «A Cyborg Manifesto: Science, Technology, and Socialist-Feminism in the Late Twentieth Century«, cap. 8 del libro: Simians, Cyborgs and Women; Routledge, Nueva York. (Hay tr. cast.: Ciencia, cyborgs y mujeres; Cátedra, Madrid 1995). Cito por la tr. cast. en publicación independiente, de Manuel Talens: Manifiesto para Cyborgs; Eutopías, Vol. 86, Valencia, 1995.