Fietta Jarque
Identidad del mutante
El País, Babelia, extra arte, 24 de enero de 2009, pp. I-III
Dice tener los pies muy anclados en la pintura, quizá por eso la obra de Marina Núñez tiene la cualidad de revelar mundos imaginarios con las armas del realismo virtual. Ha titulado FIN la exposición que inaugura el próximo sábado en León. Un paseo alucinado por un paisaje poshumano
Es el fin. Es el reino de la muerte. Y la celebración de un ser humano en plena mutación. El mundo que ha creado Marina Núñez se hace eco de los delirios pictóricos que poblaron la cabeza de El Bosco o Brueghel para erigir un tenebroso, a la vez que frío, paisaje urbano futurista. La exposición que se inaugura el próximo día 31 en el Musac se titula FIN y sigue la estela de la serie Ciencia Ficción y del trabajo que hizo el año pasado para la catedral de Burgos, donde se le encargó hacer una representación iconográfica actual del infierno. Pero a Marina Núñez (Palencia, 1966) lo que le interesa no es un vacío ejercicio de prospección o fantasía. Más allá del cuerpo físico del mutante, lo que cuenta son las transformaciones que éste sufre en su identidad como ser humano. FIN será un recorrido por cuatro grandes espacios del museo leonés. Vídeos de cráneos mutantes de cristal negro en los que se refleja el rostro del espectador. Un ondulante paisaje marítimo con inquietantes seres-probeta; el hombre de Vitruvio que dibujó Leonardo, convertido en arácnido y ardiendo en llamas; una megaciudad en la que lo humano se funde con lo arquitectónico, construido a partir de huesos, desechos y poblada de esqueletos de seres fantásticos. Un trabajo minucioso, pese a la ayuda de ordenadores y programas avanzados de 3D. «En un vídeo de 59 segundos empleo tres meses de trabajo», explica. La tecnología se da la mano con lo artesanal.
PREGUNTA. Vamos a empezar por el fin. No sólo porque ese sea el título de la exposición, sino porque la del fin es una idea recurrente en su obra, relacionada con lo poshumano.
RESPUESTA. La idea general es más metafórica que literal. No hablo del fin del hombre -que deja de vivir en la tierra, etcétera- sino cómo ciertas características de lo humano, que me parece que están anquilosadas, desfasadas y que vienen de otra época, se mantienen de manera implacable. Parece que es posible que el cuerpo pueda cambiar de forma drástica pero que tu subjetividad permanezca intacta. No tiene lógica, puesto que somos cuerpo, no somos otra cosa. Es una idea muy clásica de la vieja cultura occidental, esa dualidad entre alma y cuerpo. O entre espíritu y cuerpo. O entre razón y cuerpo. No tiene ningún sentido porque si el cuerpo muta, la identidad muta.
P. ¿Lo que quiere decir es que no hay muchas interpretaciones o análisis filosóficos o psicológicos sobre los cambios mentales o de identidad tras los cambios físicos?
R. Los filósofos sí hablan de ello, los que no lo hacen son los que trabajan con la ciencia-ficción popular. Hay algunos libros de este género que sí, que trabajan con transformaciones corporales y también de identidad. Pero, en general, en el cine no sucede. Es curioso porque los cuerpos mutan y se mantienen algunas características perniciosas como, por ejemplo, la identidad humana como algo rígido, frente a la idea -mucho más interesante- de la identidad humana como algo metamórfico. O, como dice Judith Butler, la identidad como performance. Algo que se construye y reconstruye en cada interacción social, y que no está fijado desde que nacemos como algo esencial de una vez y para siempre. Como si tuviera un origen divino y no pudiera cambiar. Que se manifiesta comúnmente en la cultura cuando dices: es que yo soy así. ¿Pero cómo? Todo el mundo va cambiando.
P. Ahora cada vez más gente quiere modelar artificialmente su cuerpo.
R. En este momento, ese cambio es posible, pero también el de la identidad. El ejemplo claro son los sitios de Internet donde la gente se inventa su personalidad en una especie de patchwork. Una especie de Frankenstein discursivo: te inventas la edad, la ocupación, el género, todo lo que es tu vida, tus relaciones. Y todo es fantasía o mentira. Pero suele ser una personalidad que cumple muchos de tus anhelos. De eso que en la sociedad, de alguna manera, es más difícil de cambiar. De manera que la gente está empezando a comprender que todo es más fluido y menos inmóvil.
P. La literatura siempre dio la posibilidad de vivir otras vidas, pero de una forma algo pasiva. Con los avatares que se crean en el mundo virtual, es uno mismo el que los moldea y vive con ellos.
R. Y haciendo de ti un personaje, lo que también es muy interesante. Porque eso permite que te veas un poco desde fuera. Otra de las ideas básicas que me gustan es la de lo unitario -que es lo que considero desfasado- frente a lo múltiple. Tiene que ver con lo mismo, el que no somos una cosa sola sino muchas cosas que se van superponiendo o yuxtaponiendo, de manera que jugamos muchos roles. Sin embargo, en la cultura popular todavía no lo asimilan. Desde el feminismo se ha hablado mucho de eso cuando se decía que las mujeres tenían que cumplir varios roles, desde la eficiente profesional, fría y ambiciosa, del trabajo hasta volver a casa y convertirse en la madre cuidadora y tierna. La idea es que si formamos como sujetos imagen según estereotipos, por lo menos, multipliquémoslos. Luego, otra de las ideas clásicas es la del cuerpo humano como algo alejado del entorno, en la que la piel actúa como una especie de membrana o armadura que nos aísla tanto del mundo de los objetos como de otros seres vivos. Frente a eso la idea de lo poshumano se expresa físicamente a través del cuerpo cableado como conexión con el entorno. Esa imagen puede significar para mí una actitud de empatía con la diferencia, más que de hostilidad contra ella. Y cuando digo diferencia me refiero a todo lo que no eres tú.
P. En este trabajo está muy presente la muerte, pero sólo como una fría ausencia de vida. Abundan los esqueletos, los huesos, los cráneos. Es un escenario casi medieval en lo apocalíptico, a pesar de su pálpito de futuro.
R. Ese mundo me fascina, esos cuadros como el de Brueghel. Me imagino que eso de la frialdad vendrá de la estética de la imagen. Los ángeles que hay en la exposición tienen un punto intermedio entre una estética de 3D y un acabado e iluminación muy barroca. Es el punto central entre una imagen contemporánea -que se asocia al ordenador- junto con la imagen clásica del barroco, que alude para mí más a ese mundo tortuoso.
P. Pese a la utilización de la tecnología en su obra, ¿prevalece su formación como artista plástica?
R. Estoy muy arraigada en el arte contemporáneo. Mi formación es ésa, particularmente la pictórica. Desde que empecé a pintar al óleo hasta lo que hago ahora con ordenadores ha habido una transición totalmente suave. No hay cambios bruscos, sólo medios más afines a lo que quiero pintar.
P. En momentos anteriores, ha tratado asuntos como el cuerpo y la mujer.
R. Las reflexiones sobre el género, que eran antes centrales en mi obra, se extienden en los momentos actuales pero de otra forma. De hecho, fue el feminismo el primero que planteó toda la teoría sobre la diferencia, que sigue siendo central en mi trabajo. A partir de ello han surgido una serie de teorías muy interesantes sobre el peso brutal de la imagen canónica, del hombre blanco heterosexual, sobre el resto de la gente que no se ajustaba a ese canon. Pienso que todo eso, aunque no haya en FIN imágenes de mujeres, está pesando sobre mi obra desde el principio. Porque yo siempre estoy hablando de la diferencia. De lo que no está estipulado, de lo que no es normativo, de los seres aberrantes. Ese ser que a la vez es otra cosa. Alguien que, a la vez que nos repele, nos fascina. Precisamente porque todos tenemos ese doble interior, que puede ser el loco o el monstruo. Lo que hicieron los ensayos feministas fueron articular eso como una teoría que me impactó mucho. Hay libros como el de Donna Haraway, sobre el manifiesto Cyborg; los estudios de Griselda Pollock sobre la historia del arte desde una perspectiva distinta o, por supuesto, los libros de Judith Butler. No estoy nada cansada del tema del género. El problema es que si la gente sólo ve eso, cierra la lectura de la obra. En general, es peligroso. Lo que interesa es que las piezas tengan capacidad de resonancia amplia y variada, y si quedas catalogada como artista feminista -contra lo cual yo no tengo nada- las obras serán siempre vistas desde esa óptica.
P. Trabaja en esta serie con una estética anclada en la historia del arte. Con referencias a Piranesi o El Bosco, pero también a Apocalypse Now. El arte y la muerte, las vanitas…
R. Las referencias en mi obra son claramente tres, que pueden ser cuatro: la historia del arte, que siempre me ha entusiasmado y pesa mucho porque es mi formación; el cine, en mi desordenada afición, me he quedado con muchas imágenes de películas; la literatura, que quizá sea la fundamental y, dentro de ella, los ensayos de gente como Foucault, Haraway o Butler. Gente que revisa con otra visión inesperada las viejas nociones con las que hemos sido educados. La literatura es una constante en mi vida.
P: ¿Teme a la muerte?
R. A la de los otros. En la mía no pienso demasiado. En todo caso las imágenes que utilizo no reflejan estados de ánimo u obsesiones, son más bien intelectuales. Son representaciones metafóricas de cosas, pero no son personales. Es pura ficción.