Philippe Piguet
De lo humano al cyborg. Marina Núñez en busca de identidad
“Marina Núñez en la red”, catálogo, Instituto Cervantes, París 2006, pp. 7-15.

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El arte no es más que una manera de descubrir el mundo y de someter el conocimiento a la experiencia.

Leonardo da Vinci

Con el cuerpo totalmente desnudo y los brazos y las piernas abiertas, rodeado de extraños pictogramas, el cadáver del conservador del Museo del Louvre cuyo descubrimiento abre la ya famosa obra de Dan Brown -El código Da Vinci- evoca sin duda alguna el hombre de Vitruvio que el maestro italiano dibujó hacia 1490. Si la investigación revela rápidamente que esta puesta en escena no es del asesino sino del asesinado en persona, que, en un último sobresalto, intentó lo imposible para transmitir un último mensaje, es decir la fuerza simbólica universal de la figura de Leonardo.

De hecho, el hombre inscrito en un círculo y en un cuadrado que representa el artista, pretende ser una imagen lo más fiel posible de la descripción del cuerpo humano tal como la estableció Marco Vitruvio Polión en uno de los capítulos de su libro, De Architectura (siglo I antes de J.C.). Vitruvio describe en él, con precisión de orfebre, las proporciones ideales de la figura humana según las normas del modelo prescrito por la naturaleza: “La cara, desde la barbilla hasta la parte superior de la frente y el nacimiento del cabello representa una décima parte de su altura, al igual que la mano abierta, desde la articulación de la muñeca hasta el extremo del dedo medio; la cabeza, desde la barbilla hasta lo alto del cráneo, representa una octava parte; de la zona superior del pecho medida en la base del cuello hasta el nacimiento del cabello, es una sexta parte; del centro del pecho hasta lo alto del cráneo, una cuarta parte…” Después de muchos rodeos, Vitruvio acaba haciendo una demostración muy científica de la ubicación central del ombligo, determinando así la figura del hombre con relación a su vínculo original: “…Por otro lado, el centro del cuerpo humano es por naturaleza el ombligo; de hecho, si se tumba a un hombre sobre la espalda, con las manos y las piernas abiertas, y se sitúa un compás sobre su ombligo, se tocará tangencialmente, describiendo un círculo, el extremo de los dedos de sus dos manos y de los de sus pies. Pero no es todo: así como la figura de la circunferencia se realiza alrededor del cuerpo, también se descubrirá el esquema del cuadrado. Si se toman las medidas de un hombre desde la planta de los pies hasta la parte superior de la cabeza y se desplaza esta medida hasta la línea definida por sus manos extendidas, la anchura será igual a la altura, como sobre las superficies cuadradas con la escuadra”.

La fama de la obra de Leonardo da Vinci no sólo está vinculada a la extrema calidad de sus dibujos, sino que reside en la genialidad que tuvo el artista al proponer una síntesis en torno a un mismo cuerpo central extendiendo los miembros superiores e inferiores para ilustrar los dos esquemas sugeridos. El artista creó de este modo una imagen propiamente futurista del hombre en la que todas las épocas se han sustentado y siguen sustentándose porque dicha imagen les hace interrogarse sobre la figura modelizable del cuerpo humano que a su vez aspiran a crear. Porque es “una de las primeras realidades de las que disponemos”, como dice Jean Baudrillard, el cuerpo está presente en toda reflexión ya sea científica, sociológica o filosófica. Todo parte de él y todo vuelve a él. Desde el punto de vista de lo humano, no puede ser más que el eje mismo de un ser en el mundo, el soporte a partir del cual lo real cobra sentido.

Con el paso del tiempo, el formidable desarrollo que las ciencias nunca han cesado de conocer integra a fortiori toda una reflexión sobre la naturaleza misma del cuerpo y su devenir -y el hombre no deja de inventarse toda clase de representaciones. La cuestión de la figura humana, en una época en la que el conocimiento humano se ha dado los medios de explorar nuestro planeta en sus profundidades nanométricas, de ir al descubrimiento del universo con numerosas sondas propulsadas a miles de millones de kilómetros, de duplicar genéticamente el ser vivo para fabricar un mundo de clones, permanece más que nunca en el centro de todas las interrogaciones.

Si hubo un tiempo en que un pintor como Rembrandt fijó en su lienzo La lección del profesor Tulp con el fin de revelar las entrañas anatómicas del brazo, si hubo otro tiempo en que un artista como Alexandre Evariste Fragonard se aplicó en mostrar en carne viva los sutiles mecanismos nerviosos de figuras de desollados, se comprenderá fácilmente cómo hoy en día los avances de la ciencia convergen en la representación de todo un mundo de figuras de lo más inéditas. Marina Núñez, originaria de una familia de científicos, ha manifestado siempre un interés particular por las ciencias, por eso su elección de comprometerse en la aventura de la creación plástica estará influida por ello. Si registros como la histeria, el psicoanálisis y el feminismo -estos tres términos componen el título de uno de los textos críticos de referencia consagrados a la artista- ocupan un lugar destacado, se mezclan con preocupaciones fundamentales sobre la definición del cuerpo, sus potencialidades expresivas y su representación de todo lo que gracias a las nuevas tecnologías es posible realizar en cuanto a creaciones y manipulaciones artificiales y su planteamiento se interesa por los formidables cambios que dichas tecnologías le permiten realizar al hombre. Se interroga no sólo sobre la forma en que los pone en pie, les da forma y los domina, sino cómo las tecnologías lo transforman a su vez. Se trata de tener en cuenta el nuevo entorno en el que evoluciona el hombre, el cuestionamiento de las convenciones estéticas establecidas y la aceptación de la nueva modernidad que se deduce de ella. Y esto con toda la clarividencia del papel determinante de los nuevos sistemas de funcionamiento que regulan la economía de nuestros intercambios y que determinan los modelos de la sociedad de comunicación.

A cada época, sus transformaciones. Hace cincuenta años, para servir de ilustración a la cubierta y al cartel de la exposición “This is tomorrow”, Richard Hamilton creaba un collage con una visión premonitoria alucinante. Éste mostraba una pareja en paños menores formada por una maciza pin-up y un bodybuilder con los músculos inflados en el interior de una casa modelo con gran profusión de toda una gama de aparatos último grito. La obra de Hamilton, elogio de la sociedad de consumo y de un cierto “way of life”, dejaba suponer qué transformaciones físicas le estaban destinadas a la figura humana. Una nueva estética del cuerpo estaba por nacer y se acababa con el modelo de Vitruvio.

Otras épocas, otras costumbres. La robótica dio paso a la informática, la tarjeta perforada al programa informático y la memoria al chip. El ser humano, por su parte, está en vías de transformarse en “cyborg”, es decir en un cybernetic organism, es decir, un humano que posee la totalidad o parte del cuerpo sustituido por órganos artificiales. El cyborg, diferente del robot, totalmente creado por el hombre, tiene esqueleto de humano y cualquier individuo equipado pertenece a su especie. Lanzado en 1960 por Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline, el término de cyborg define al hombre explorador espacial del futuro. Auténtico humano mejorado y personalizado para permitirle sobrevivir en un entorno artificial, es la figura metafórica de un nuevo mundo. Un mundo sin espesor, ni densidad, ni gravedad. Un mundo fantomático compuesto de ectoplasmas. Un mundo biotrónico cuyas tecnologías -informática, electrónica, nanotécnicas…- se utilizan conjuntamente para reparar el cuerpo humano. Finalmente un mundo que ya no es verdadero sino que se vuelve cada vez más virtual. “Ya no podemos hacer que aquello de lo que disponemos equivalga a una verdad definitiva y por lo tanto a una realidad” escribe Jean Baudrillard. La constatación es inapelable. No obstante, como para reparar lo que podría pasar por espantoso, el filósofo añade: “El mundo, en su materialidad, es una ilusión, en el buen sentido de la palabra: algo que producimos mentalmente, algo de lo que no se puede tener la prueba”.

La obra de Marina Núñez, de acuerdo con la forma en que se personifica, para crear una nueva imagen del cuerpo, la del cuerpo cyborg, se inspira en los conceptos de realidad e ilusión tal como se desarrollan respecto al pensamiento científico. El conjunto de las figuras que la artista ha creado especialmente para su exposición del Instituto Cervantes permite tomar conciencia de ello. Presentadas bajo el título genérico de “En la red”, a veces son objeto de una instalación, otras de una proyección, determinando un recorrido que invita al espectador a una confrontación dual cuyas experiencias son complementarias. En primer lugar, se inmerge en un espacio completamente ocultado, abarrotado de toda una red de hilos suspendidos entre el suelo y el techo que puntúa aquí y allí toda una serie de vaciados de una cabeza que presenta alrededor de su circunferencia cinco rostros diferentes, como la figura de un Jano multiplicada por 5, a la vez inesperado e inquietante. La penumbra no sólo confirma el ambiente misterioso de la instalación sino que además la colocación de las cabezas suspendidas en el espacio le dota de una dimensión enigmática que tanto su formato exagerado como la gama expresiva de las caras que muestran. El miedo, el estupor, el dolor se codean con la risa, la sorpresa, la admiración. Como si la artista se hubiera aplicado para representar toda la gama de expresiones humanas. Hay en la obra algo extraño y excesivo que hace pensar en los trabajos sobre la fisiognomonía de Charles Le Brun y en estas cabezas llamadas “de carácter” -muy expresivas- realizadas por el escultor alemán Franz Xavier Messerschmidt a finales del siglo XVIII. Si este escultor pretendía representar los movimientos del alma, inspirado por las investigaciones de su amigo el doctor Mesmer sobre el magnetismo y el hipnotismo, que aspiraba a la expresión de los sentimientos y las pasiones para establecer una especie de código gráfico. Las cabezas con cinco narices y cinco bocas de Marina Núñez son aún más extrañas ya que proceden de una inquietante hibridación anatómica además de acumular en sus distintas caras las expresiones más extremas. Así, la prueba de su ubicación frente a frente revela también una visión onírica que se transforma en pesadilla, en una forma de alucinación, semejante a este “ojo como un globo extraño que se dirige hacia el infinito” que representa Odilon Redon en una de sus mejores planchas litográficas. Una imagen apreciada por Núñez que se encuentra en una de sus primeras pinturas en 1993. El dispositivo de hilos y tubos al que están conectadas estas cabezas, a alturas variables, determina un espacio de enredados rizomas cuya configuración sugiere la extrema complejidad de una sabia conexión, al mismo tiempo tecnológica y orgánica, material y sensible, que parece permitirles una especie de prolongación sensorial. Se trata en efecto nada menos que de la puesta en forma de un topos imaginario que rivaliza tanto con la idea de circuitos, tales como los contenidos en un armario técnico, como con la de una red inervada, como muestran los desollados. En todo caso, un lugar que permite ver la puesta al desnudo de un flujo esencial y representa la metáfora de un mundo por venir como Marina Núñez lo proyecta.

Sin una pausa, para destacar mejor el carácter ineludible del cambio anunciado, los dos vídeos que Marina Núñez ha realizado invitan a visionar un doble fenómeno: por una parte, el de la transformación de un par de ojos cuyas pupilas se multiplican para ocupar el globo ocular hasta la saturación; por otra, el de la lenta aparición de una red de venas cutáneas en la superficie de la piel, que trazan una nueva geografía de la cara. Como si la artista quisiera darnos la ilusión de una realidad cuyos días futuros están cercanos. Como si quisiera destacar la irrepresible llegada de una nueva identidad donde el yo unificado e inamovible se substituiría por un yo saturado, múltiple y proteico. Entre cyborg y posthuman, las imágenes de su modelo -que no es más que su hermana- tienen algo de desconcertante y fascinante al mismo tiempo. Nos atraen al igual que las rechazamos. Nos proyectamos en ellas y nos asustamos con ellas. No se les concede ningún crédito al mismo tiempo que las consideramos plausibles. Porque las máquinas del final del siglo pasado han mostrado la diferencia entre lo natural y lo artificial, el espíritu y el cuerpo y muchas otras distinciones totalmente ambiguas que se tenía la costumbre de atribuir a los organismos y a las máquinas, las imágenes videográficas de Núñez nos parecen de una vivacidad que molesta. Quizá en los albores de este siglo XXI, somos todos quimeras, híbridos de máquinas y organismos pensados y fabricados. No hay más que vernos con la oreja pegada al móvil cuando no es con los ojos pegados a la pantalla virtual de nuestros aparatos numéricos o nuestros ordenadores. En una palabra, somos todos cyborgs. Lo reconozcamos o no, el cyborg es nuestra ontología y pronto todos estaremos llenos de tecnologías en la piel y en el interior de nuestro cuerpo. Al ritmo en que progresan la capacidad de los aparatos informáticos, la memoria virtual y la potencia de los chips, todos pediremos dentro de poco ser implantados para aumentar nuestro conocimiento y ampliar nuestra inteligencia. La obra de Marina Núñez proyecta un estado de la situación de este mundo por venir pero que simplemente nos acapara ya. Sin hacer ni el elogio, ni la crítica. El cyborg es una imagen condensada de la imaginación y la realidad material, los dos centros conectados uno al otro que estructuran toda posibilidad de transformación de nuestra historia.