Javier Sanz Fuentes
Marina Núñez. Lo femenino como identidad
“Cimal. Arte Internacional”, revista, número 50. Valencia 1998, pp. 57-60.

 

La mujer, el sexo femenino no existe. En nuestra tradición cultural lo femenino no es real en y por sí mismo, existe por y como referencia a su opuesto, a lo masculino. La mujer es un hombre herido, un hombre cas­trado. Para la cultura occidental, la mujer es fruto de una costilla de Adán, un engañoso regalo de Zeus en castigo por el robo del fuego o simplemente el referente que le permite identificarse como tal en relación a su opuesto castrado. Es un hombre sin pene; …en el viraje (de la niña) hacia la feminidad, el clítoris debe ceder, total o parcialmente, su sensibilidad y con ella su significación a la vagina, y esta sería una de las dos tareas propuestas a la evolución de la mujer” 1; sólo tras el período fálico en el que la niña comprende su desventaja frente al niño se produce una trasformación defini­tiva hacia su psicología típicamente femeni­na. No podemos negar por tanto que la niña, según el psicoanálisis freudiano, deseaba ser niño, de ahí lo que Freud denominará “envidia del pene”.

En una cultura como la nuestra, en la que la filosofía platónica ejerce una importante influencia, conceptos como el cuerpo, los sentidos, la apariencia o lo concreto, quedan desplazados por aquellos que se consideran superiores como el alma, la razón, la esencia o lo abstracto, “…la mujer está explícitamen­te identificada con lo material. […] tan poco espiritual, tan cuerpo sensual, es constitucionalmente inferior. Pertenece sin lugar a dudas al bando de lo tangible, lo contingente, lo somático. Es decididamente carnal 2 frente a los hombres, “…portadores de la razón (que) adquiere sobre la mujer potencia divina” 3. Sin embargo, resulta paradójico que sea esa mujer que durante siglos ha simbolizado la tentación del hombre hacia el pecado de lo terrenal, la que en el génesis aspire a la visión de lo ideal, de lo divino. La serpiente en su invitación a probar el fruto prohibido no promete ningún placer corpóreo sino todo lo contrario, la sabiduría más alta, “…Dios sabe que, en cuanto comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios, versados en el bien y el mal” 4 ¿Cómo pudo aquella Eva, codiciosa del conocimien­to más alto, convertirse en símbolo de los pecados e intereses más bajos?

La serpiente, a pesar de desencadenar con la ira de Dios terribles sufrimientos en el parto y la dependencia del marido, es para la mujer una aliada, pues la invita al conocimiento ideal, divino, supuestamen­te abstracto. Aparece como verdugo y como instructora, y así la representa en algunas pinturas Marina Núñez. Esa loca que juega al aro con una serpiente que se muerde la cola simboliza lo eternamente circular, lo mutable que retorna siempre al punto de partida, al fin y al cabo “su relación con el demonio (la de la mujer) es íntima” 5.

La identidad es lo que nos permite la comprensión del mundo, la selección según nuestros intereses de lo externo y en último término nuestra supervivencia. La existen­cia y la individualidad son tales por oposi­ción a los contrarios, soy en cuanto que tengo o carezco de algo que tú no tienes o posees, sólo en las diferencias con los otros, se “es” consciente de la propia identidad. Así, el hombre, lo masculino, existe y se reconoce en oposición a su contrario caren­te de falo. Esta autoafirmación no resulta excesivamente segura pues depende al fin y al cabo de la realidad del otro, produce cierta inestabilidad; “…en el fondo de sus afanes autoafirmativos, […] sabe (el hom­bre) que la identidad es consumada sólo a través de imágenes adquiridas gracias al otro, prestadas e inestables” 6. Es posible­mente esta inestabilidad ante la identidad prestada, uno de los motivos principales que incitan al hombre a la imaginación de la “mujer fatal”, ya que ésta “…es uno de los principales focos de atracción erótica para la imaginación masculina moderna” 7. Sin embargo esta mujer menos femenina que supuestamente liberaría al hombre de la dependencia de su opuesto, en el fondo implica su destrucción, su aniquilación corno género. La mujer fatal es “masculina”, utiliza todos sus encantos y deseos para alejarse de la imagen tradicional de buena madre y esposa, para ser independiente, para ser en definitiva “más hombre”. Sin embargo, es esa masculinidad la que des­borda a su opuesto; en su presencia, el hombre pierde la capacidad de autoreconocerse a través de “lo otro”, el temor a la castración se hace más fuerte pues lo que ahora ve, no es ya una mujer (castrada), es un verdadero hombre sin pene.

“Lo otro”. El verdadero significado de la mujer como “lo otro”, es siempre trágico. Aquello que, como ya hemos dicho, nos permite “ser”, es siempre algo “extraño” a nosotros mismos y consecuentemente impli­ca un cierto temor. La muerte frente a la vida, lo civilizado frente a lo salvaje, lo racional frente a lo irracional, lo normal fren­te a lo enajenado, lo masculino frente a lo femenino, lo cuerdo en oposición a lo dese­quilibrado.

“Las locas” que pinta Marina Núñez, excesivas en su sufrimiento contorsionado y en sus rostros desencajados, no vienen a ser más que representaciones simbólicas de “lo otro”, eso otro en lo que la mujer y la locura se encuentran como oposición a lo fálico y racional. La mujer, no es más que lo enaje­nado en su castración. Del mismo modo ocurre en su serie “Monstruas”, también emblema de “lo otro” que al igual que en la película de Browning, “Freaks”, permite a los “normales”, en este caso al género mas­culino, reconocerse a sí mismo.

En el fondo, esa representación terrible y exagerada de la mujer que procura Marina Núñez es una exaltación del género femenino en su identidad, es una burla al imaginario que el género masculino ha crea­do durante la historia utilizando sus mismas armas (la pintura academicista). Es un inten­to de rebatir y destruir la tradicional repre­sentación de la mujer en el mundo de las imágenes. La pintura académica, la misma que durante siglos ayudó a crear esa ima­gen de la mujer como “lo otro”, es utilizada ahora como arma de contraataque. Podría no obstante, utilizar Marina Núñez distintos medios tecnológicos o fotográficos como hace Cindy Sherman en su análisis del papel de la mujer y del vestuario-maquillaje como fachada de la verdadera identidad, pues en un mundo como el nuestro donde los medios de comunicación han impuesto su dictadura, resulta imposible una lucha ideológica desde el tradicional sistema pic­tórico de creación de imágenes; la utilización de este tipo de pintura procura no obstante una poética lucha desde dentro, desde el mismo corazón de la tradición.

Algunas de sus representaciones de serie “la locura” en las que sobre pañuelos o servilletas pinta los rostros desencajados de estas mujeres resultan especialmente inquietantes. ¿Son sudarios de otras sufridoras? En estas pinturas, Cristo ha dejado de ser el hombre “otro”, el escupido, el insultado y golpeado para ser un nuevo símbolo, de la mujer. Estas caras femeninas también viven un calvario, pero no se trata tampoco de un calvario exclusivamente físico, es el calvario de lo que implica ser “el otro” o “lo otro”, el sufrimiento que supone carecer de identidad propia. Son el símbolo de aquellas mujeres que sobre pañuelos han dejado sus lágrimas en un inagotable y perpetuo llanto carente de identidad.

En esta lucha contra el impuesto mundo de lo masculino, es característica la desapari­ción del bastidor. No es suficiente que el marco ya no exista, el bastidor sigue siendo represivo, ordenador y claustrofóbico, la representación dentro de la renacentista con­sideración de la ventana tiene que desapare­cer como símbolo excesivamente dogmático y por tanto falocéntrico. La tradición pictóri­ca, puramente masculina encierra a la figura (femenina en muchos casos) en una ficción por él ordenada y configurada, una ficción que eterniza el pasivo papel de lo femenino como objeto para ser visto, “…la mujer […] no mira sino que es mirada. Es observada por aquel que la configura como sujeto. No hay cuerpo sin un ojo que lo mire”8. La utilización por parte de Marina Núñez de pañuelos, ser­villetas, o manteles en muchos casos como soporte pictórico, además de recordarnos la tradición de las labores de la mujer a lo largo de la historia de un modo parecido al que Judy Chicago dirigió en su emblemática obra feminista “La cena”‘, en la que diversas muje­res trabajaron en la realización de labores típicamente femeninas como coser o pintar porcelana, parece también burlarse de una visión tan masculina de esta labor como la que demuestra Freud cuando escribe: “Se cree que las mujeres no han contribuido sino muy poco a los descubrimientos e inventos de la historia de la civilización; pero quizá sí han descubierto por lo menos una técnica: la de tejer e hilar” 9.

La tela, en contacto directo con la pared logra una sensación natural y epidérmica que se aleja de la forzada y hermética impo­sición del bastidor. Sin embargo, la libera­ción definitiva de cualquier soporte represivo o carcelario se produce en aque­llas obras en las que Marina Núñez recorta la figura del resto del lienzo. Esos rostros rojos sin cuerpo (objeto principal del voyeur mas­culino) que aún simbolizan la locura de lo negado, esas mujeres en camisón con ges­tos exagerados, han conseguido liberarse ya de la claustrofobia y de la represión que el bastidor y la figura geométrica del lienzo (masculino) les había impuesto, han dado e! primer paso para salir de la ficción, para derrotar ese tótem fálico que durante siglos las ha encerrado como objeto de contempla­ción al servicio del autorreconocimiento masculino.

 

1  Freud, S., “Los textos fundamentales del psicoanálisis”. Editorial Altaya. 1993. Pg. 522.

2  Núñez, M., “Razonando la corpulencia: el dibujo de las modelos” en “Las lecciones del dibujo”. Editorial Cátedra. 1995, Pg, 367

3  Núñez, M., “Razonando la corpulencia: el dibujo de las modelos”, en “Las lecciones del dibujo”. Editorial Cátedra 1995, Pg, 367.

4  Antiguo Testamento. Génesis. 3-5.

5  Núñez, M., “Razonando la corpulencia: el dibujo de las modelos”, en “Las lecciones del dibujo”. Edit, Cátedra. Pg. 367

6  Núñez, M., “Razonando la corpulencia: el dibujo de las modelos”, en “Las lecciones del dibujo”. Edit. Cátedra. Pg. 367,

7  Jiménez, J., “La vida como azar. Complejidad de moderno”. Editorial Mondadori. Madrid 1989. Pg.113.

8  África Vidal Claramente, Ma. C., “Intervenciones de mujeres”, en “Panorama del arte contemporáneo 1960-1990”, Edita Caja de Asturias. Pg, 362

9  Freud, S., “Los textos fundamentales del psicoanálisis”. Edit, Altaya. 1993, Pg, 537