José Jiménez
Marina Núñez. Alien
El Mundo, 8 de abril de 2000, suplemento Cultura, pp. 68.

 

¿Quién soy yo? La pregunta, persistente, insidiosa, se desliza como una de las interrogaciones más intensas en los espacios de incertidumbre de nuestra cultura. ¿Quién soy yo? Me pregunto. Nos preguntamos. Tras el final de la era de las certezas, en la que el varón europeo blanco se veía a sí mismo como la cima de la civilización.

Hoy, las cosas no están nada claras. El racionalismo creía haber hallado un criterio de certeza, de estabilidad, en la figura del yo pensante. Pero ni siquiera ahí es posible encontrar seguridad. Después de Freud, a lo sumo podemos afirmar que se piensa, pero resulta inviable seguir percibiendo el yo como un punto de partida, en lugar de como el término de un proceso de construcción simbólica, cultural.

 

Pero, entonces, ¿quién soy yo…? La pregunta aparentemente sin respuesta retorna una vez y otra: fijar, delimitar, nuestra identidad es una cuestión candente en nuestro mundo. Y una de las más relevantes en el arte de esta época cambiante, inscrito a su vez en el mestizaje, en la mezcla de lo que queda de los géneros clásicos con la tecnología.

Es ese el horizonte creativo en el que se sitúa la obra de Marina Núñez. Articulando el dibujo y la pintura con las diversas formas de producción electrónica y digital de la imagen, y empleando los soportes más variados: raso, loneta, lienzo, lino, así como la experimentación con nuevos materiales: metal, luz, plástico, Marina realiza una tarea de rescate de imágenes y procedimientos característicos de la cultura de masas que, sin embargo, replantea en situaciones insólitas, subversivas.

 

Con su obra, Marina despliega un nuevo tipo de compromiso político y moral dentro de la actividad artística. En contraposición al artista pretendidamente “genial”, que se coloca al margen de su momento histórico y de su contexto institucional, instalado tan sólo en su subjetividad. Pero también frente al artista “profesional”, que concibe su tarea como un negocio más, como la producción de meros objetos de consumo en la cadena comercial de la cultura de masas.

Inteligencia y compromiso, en lugar de superficialidad y cinismo. Sin pretender reasumir la propuesta de una transformación global de la sociedad a través del arte, característica de la vanguardia clásica, Marina Núñez  se sitúa en una línea de “transformación de lo simbólico”, de lucha “en el terreno de la representación”. Que puede, nos dice, “no ser una transformación política en sí misma, pero evidentemente está implicada en transformaciones políticas.”

 

Desde que hacia 1992 empezó a introducirse en los terrenos simbólicos e imaginarios de la exclusión, Marina Núñez ha sabido crear un lenguaje de una gran potencia plástica, uno de los más personales y característicos en nuestro arte actual, en el que resuenan la duda y la ironía: ¿estamos seguros de lo que excluimos y de por qué lo excluimos? Imágenes densas, desdobladas, que en su fluir han ido articulándose en series: Locura, Muerte, Monstruas, Medusas o, la última, Ciencia-ficción.

La figura de la mujer ocupa un espacio central en ese mapa de exclusiones, una forma de resaltar en la imagen el lugar relegado que tradicionalmente se le ha asignado en la historia de nuestra cultura. Pero lo decisivo es el desdoblamiento. Las locas que retornan desde el drama de la histeria se duplican en un espejo flotante, sin marco ni perfil. Objetos colgantes sobre figuras, cráneos superpuestos en cabezas, incisiones en la carne, un cuerpo dentro de otro. La cara que nos mira fijamente desde el fondo del cerebro del cyborg.

 

Marina Núñez nos muestra aquello que habitualmente no sabemos ver, pero que sin embargo nos configura como verdaderamente somos. Porque, evidentemente, la proyección del otro negado brota de nosotros mismos. El monstruo germina en nuestra mente, Frankenstein es nuestra criatura. Algo que el movimiento romántico constituyó en uno de sus temas centrales: no hay yo sin su doble.

 

Lo más interesante es el giro poético, el tono personal. A pesar de sus anomalías, las figuras de excluidas y excluidos de Marina presentan siempre una claridad, una pureza de líneas, una belleza quizás inquietante pero serena, nunca convulsa o desgarrada. Se trata, en realidad, de mostrar cómo la exclusión se sustenta sobre todo en la ignorancia. Pero también en el deseo reprimido.

Hay, además, un tratamiento específicamente moderno, actual, de la imagen. Lectora ávida de ciencia-ficción, Marina se apropia de los sueños, deseos latentes y necesidades que se expresan en ese universo de consumo de la literatura, pero también del cine y la televisión, mucho más relevante para fijar las características de los universos virtuales de lo que en principio se podría pensar.

 

En el alien, en el ser de otro mundo de la ciencia-ficción, igual que en el monstruo, lo que nos inquieta y a la vez nos atrae irresistiblemente, es que sabemos que nace de nosotros mismos, de nuestro propio cuerpo. De ahí, también, la importancia en las figuras de Marina Núñez de la puesta al desnudo, de un strip-tease transgresor, que llega hasta el descubrimiento anatómico: hasta el fondo interior de nuestro cuerpo, tan imaginado como vivido.

Advertimos entonces con qué intensidad esas figuras que portan el signo de la exclusión nos hablan de un mundo alternativo, de la posibilidad de ir más allá de las certezas repetitivas, alienantes, banales, que configuran el universo de la imagen indistinta de la sociedad de masas. La cuestión de la identidad se abre a la experiencia de la metamorfosis: yo soy yo y mi otro. Cuerpo e imagen, más allá del cuerpo. Masculino y femenino. Cuerdo y loco. Normal y monstruo. Nativo y extranjero. Ser humano y máquina. Terrícola y alien.