Javier Díaz Guardiola
Marina Núñez (entrevista)
Entrevista Blanco y Negro Cultural, ABC, 31 de enero de 2004, p. 35.

 

Continúa Marina Núñez centrada en los cánones no uniformes del cuerpo, aplicados ahora a las tecnologías. Sus últimos resultados, no exentos de una gran poesía, pese a la frialdad de las técnicas, se exhiben en Salvador Díaz

Ya la retrospectiva que la llevó a CASA en 2002 demostró la buena salvia de la creación de esta artista. Desde entonces, el imaginario de Ma­rina Núñez (Palencia, 1966) no ha dejado de desarro­llar nuevas formas, bajo las que laten las mismas ob­sesiones. La galería Salvador Díaz de Madrid ofrece ahora una nueva individual de esta creadora que re­coge proyectos centrados en las tecnologías, mien­tras el golpe de gracia en la capital lo dará en prima­vera en la Casa de América.

 

-Anteriormente fueron las monstruas, las lo­cas, las cyborg, y ahora son los ícaros. ¿Cómo he­mos de entender esta figura?

-La relación es clara, porque muchos de ellos si­guen siendo cyborgs. Sigue tratándose de la serie de ciencia-ficción con la que llevo desde hace años. Está claro que hay cyborgs malos y cyborgs buenos; que están los robocop, que son la apoteosis tecno-fascista, y que está el cyborg utópico del que habló primero Dona Haraway en El manifiesto cyborg. Si partimos del hecho de que no tenemos ninguna ingenuidad a la hora de abordar las tecnologías, que están en ma­nos de intereses militares o corporativos, creo que es bueno poner en marcha figuras positivas con res­pecto al uso de las tecnologías o de su fusión con lo humano. Así también se hace ideología. Hasta ahora en mi obra ha habido más representaciones de cy­borgs malos que de buenos. Esta exposición se llama Ícaros porque se sitúa en un punto muerto entre la tecnofilia y la tecnofobia.

 

-¿Cómo se concreta eso en las piezas?

-La pieza de la entrada, la que presenté en ARCO el año pasado, es la única que no tiene que ver con el tema, y versa sobre cómo la identidad es construida por la cultura. Las otras, en cambio, se centran en la angustia vital entre la pasión por las tecnologías y el miedo a las mismas. Hay dos dípticos en los que se representa al ángel y al ángel caído, algo que se re­pite en la pieza de la planta superior, en cinco cua­dros en acrílico y pintura fluorescente que mues­tran la historia del ícaro en sus dos fases, en función de la ausencia y presencia de luz. Por último, he pre­parado un suelo de PVC, que también es una imagen de caída, pero de personas no cibernéticas. Ocupa toda la sala central y juega con dos estrategias pro­pias del surrealismo: la conversión de lo duro en blando -el suelo que se hunde y resbala- y la impre­sión de que el cosmos está por debajo del suelo. Aquí el cosmos está identificado con una imagen de fu­turo, de forma que la gente, desgarrada, cae en la an­gustia de futuro.

 

-Se le ha definido como artista conceptual. ¿Qué significa eso para usted?

-Lo maravilloso del término conceptual aplicado a mí es que, al principio, aunque ahora hago muchas imágenes por ordenador -y de hecho en la exposi­ción sólo hay una instalación con cuadros-, yo era una pintora. En esa época, y también ahora, ser pin­tora era una cosa complicada, porque la pintura ha­bía muerto y todo el mundo te acusaba de ser pintor como si aquello fuera algo reaccionario. Yo también creo que llegó un momento en la Historia del Arte en el que la pintura quedó desfasada conceptualmente. Me parece bien que la pintura que se hace ahora tenga ese punto de partida. Me gusta pensar que los autores, que son conscientes de esa muerte, la reto­man desde la herencia del conceptual. «Conceptual» parece opuesto a «pintor», y en ese sentido me agra­daba que a mí me lo llamaran, porque era una manera no sólo de salvarme a mí misma, sino también de salvar a la pintura. Era como decir: «Se puede pintar de otra manera». Por otro lado, a mí me inte­resan más los aspectos conceptuales que los técnicos en las obras. Un mal acabado lo disculpo, pero un mal o inexistente discurso de fondo da lugar a obras que son como pompas de jabón; no me interesan.

 

-Sí que se considera que usted sigue «pin­tando» con todas las disciplinas que emplea.

-Estoy de acuerdo. Es muy pictórico todo lo que hago. Si se entiende lo pictórico como una manera de moverse, sí que soy más bidimensional que tridi­mensional. Eso es indiscutible. Yo suelo llamar a mis instalaciones escenografías, no porque reniegue de la palabra, sino para que quede claro que son vi­siones frontales, como en el teatro. Eso es evidente­mente una visión pictórica. De hecho, yo pinto con el ordenador exactamente como pinto con los pinceles. En mi caso, como soy tan minuciosa, el movimiento del pincel es el mismo que el que hago con el ratón.

 

-¿Se atreve, ya que como profesora está en contacto con futuros artistas, a señalar hacia dónde vamos?

-Me atrevería a decir algunas cosas, como que la especulación sobre la identidad, tan de moda en los últimos años, no se va a acabar. Tengo la sensación de que va para largo, sobre todo porque las nuevas tecnologías desafían muchos cánones en cuanto a la idea del sujeto. Ocurre lo mismo con cuestiones como la enfermedad o la devastación medio-ambien­tal: es tan amenazador y tan real, que no se va a aca­bar. Parece claro que va a haber más mezcla, pienso, con lo que se denomina cultura popular, con ese uso de la cultura adolescente. Eso seguirá en ebullición, aunque no sé si será más breve que lo de la identi­dad. Me atrevería a asegurar que la imagen del ar­tista multimedia va a durar mucho y, por otro lado, me gustaría no asegurar que la imagen del artista a lo Jeff Koons, ese artista cínico muy enterado del mercado, durará, por desgracia, porque lo aborrezco.

 

-Volvamos a sus temas. Hubo un tiempo en el que se centró en la mujer. Pasó luego a lo tecno­lógico. ¿Están tan separados ambos ámbitos?

-No. Al principio me pareció que los cortes de se­ries eran más tajantes, pero con la exposición en CASA en 2002, que fue una revisión de diez años, fue cuando me di cuenta de que no eran tales. Es muy di­fícil salirse de las obsesiones y de los universos. Tanto las histéricas, como las monstruas, las muertas o las cyborgs, son seres aberrantes tanto en su cuerpo como en su identidad, que para mí es un co­rrelato del cuerpo. Cambia el universo de referencias, pero en absoluto mi idea del cuerpo no canó­nico, pues siempre he representado a modelos que de­safíen o revisen los estereotipos clásicos del sujeto de nuestra cultura. Al final, el cyborg es un mons­truo, con todas sus características. La línea de conti­nuidad es nítida. Lo que sí que es cierto es que hay un tema que no está en las otras series, y es la rela­ción de la monstruosidad con las tecnologías. Pero claro, yo he leído ciencia-ficción desde que era pe­queñísima, luego ensayo, y lo raro es que no empe­zara directamente desde ahí… He ido desembocando en lo que es el monstruo del futuro.

 

-Entre sus próximos proyectos está el que prepara para Casa de América.

-Eso no tiene nada que ver con esto. El proyecto forma parte del ciclo Pensar América, y me ha des­vinculado un poco de estas cosas. Yo no conozco América, no me considero una conocedora de sus países, aunque sí que he leído mucha literatura his­panoamericana, de forma que lo he enfocado como una experiencia literaria, basándome en un poema de Neruda en el que se refería a la Naturaleza como fuente de vida y como fuerza que también mata.