Sara Blanco

«Fenómenos»

«Fenómenos», Ed. ICAS, Instituto de la Cultura y las Artes, Ayuntamiento de Sevilla, 2019, pp. 41-44.

 

“La verdad y sus reflejos son idénticos,

pero eso no significa que sean la misma cosa”

Víctor del Árbol. Un millón de gotas, 2014.

 

Desde finales del siglo pasado, multitud de autores han trabajado en afianzar las bases de una renovada teoría de lo Barroco con el objetivo de ponerla en el centro de los horizontes de la cultura y el pensamiento actuales. Aunque ya lo adelantara con gran acierto el filósofo de Basilea, estos estudiosos de lo Neobarroco han venido a considerar de nuevo la realidad como un fenómeno de representación, al igual que lo hicieron entonces los artistas y pensadores del siglo XVII y principios del XVIII.

Tanto ellos, como algunos artistas de nuestra contemporaneidad, entre los que podemos encontrar a Marina Núñez (Palencia, 1966), apuestan por una concepción semiótica de la realidad (De la Flor, 2002). Es decir, a través de su trabajo ponen de manifiesto una visión alegórica del mundo, cuestionando lo que consideramos verdadero de manera objetiva y sin fisuras. De esta forma, abren una dinámica de tensiones que reflexiona sobre los límites de la verdad y el conocimiento, para considerarlos como un ejercicio de representación.

Por este motivo, el pensamiento barroco se nos muestra como una categoría estética de completa actualidad, por supuesto enriquecida gracias a los avances científicos, el devenir de la filosofía e incluso las nuevas tecnologías y los medios de comunicación de masas (Cornago, 2004). Todos estos indicadores no hacen más que refutar la idea de que vivimos en un mundo impredecible, poblado de incertidumbres, aproximaciones y probabilidades, en el que todo está en continuo movimiento o construcción. No existen centros ni esencias, solo interacciones y relaciones en movimiento constante. Por eso el arte, de la misma forma que ocurrió en el siglo XVII, se convierte en un campo abierto a la investigación que nos otorga la capacidad de intuir y percibir aquello de lo que no tenemos certezas.

Aunque sería imposible e incorrecto extrapolar cada una de las características del Barroco histórico a nuestro presente, resulta incuestionable que muchas de sus singularidades tienen cabida en nuestra forma de concebir el mundo y el arte, más aún en un país como España donde la producción del Siglo de Oro continúa teniendo una vigencia excepcional en nuestros días. Esta vigencia se aprecia claramente en la creación artística de Marina Núñez, no solo desde el punto de vista temático, sino también en las referencias estéticas y conceptuales de su trabajo.

Por este motivo, “FENÓMENOS” es una exposición que parte de las concomitancias temáticas entre la producción de Marina Núñez y el Siglo de Oro español –tan vinculado a la historia de la ciudad de Sevilla–, para terminar en un análisis más profundo que pone de relevancia la lucha que esta artista lleva a cabo desde el terreno de la representación. Mediante un lenguaje artístico muy personal, potenciado además por los recursos plásticos que le ofrecen la utilización de las nuevas tecnologías en el proceso creativo, huye de la belleza armónica y apuesta por la fuerza de la imagen. Al igual que lo hicieron los artistas del XVII, utiliza la distorsión de las formas y la violencia efectista, para reivindicar lo diferente como fuerza catártica, emancipadora, así como el poder de la experiencia estética para alterar nuestros esquemas.

Este poder emancipador del arte, capaz de destruir y pervertir lo normativo, es una característica fácilmente reconocible en la producción artística del Barroco. Ante la crisis del ideal canónico renacentista, la realidad se percibe como una verdad inabarcable, infinita y desmesurada donde la fealdad, la maldad, el desorden o la desproporción se convierten en formas veraces de conocimiento. Cuestiones que transcienden lo meramente superficial para ahondar en un terreno simbólico más recóndito y por lo general reprimido, pero no por ello menos auténtico.

De esta forma, la representación de mujeres portentos, fenómenos, prodigios, seres monstruosos, metamórficos o cíborgs que aparecen en las obras de Marina Núñez y que beben de la contemporaneidad más absoluta, también tienen su reflejo en la belleza de lo asombroso y lo sorprendente que fascinó a creadores del siglo XVII, destacando en Sevilla nombres de indudable relevancia como Diego Velázquez, José de Ribera o Juan de Valdés Leal.

Fruto de esta atmósfera dominada por la seducción de lo diferente, de lo que distaba de lo socialmente establecido, se popularizaron también durante el Barroco los llamados Cuartos de maravillas. Gabinetes repletos de curiosidades extraídas de la naturaleza: objetos raros, exóticos, fósiles, alquimias… que eran estudiados, catalogados y dispuestos con tesón en las estancias más recónditas de palacios reales y nobiliarios. Colecciones de naturalia, artificialia y mirabilia a las que Marina Núñez nos traslada en esta exposición con algunos de sus trabajos y que hablan de una apuesta por conectar razón e imaginación para intentar comprender un mundo que se nos muestra repleto de teorías indemostrables e irrefutables.

Igualmente, otro género de especial desarrollo en el período histórico que nos ocupa fue el de la vanitas, el cual constituía una representación del carácter efímero de la existencia humana, a la par que una preocupación constante por la muerte. Sin embargo, era también un canto a la esperanza, a la promesa de una vida mejor más allá de la cárcel terrenal. Para Marina Núñez, el agua, el fuego, la inconsistencia, la desintegración, las secreciones… son elementos que transgreden la materialidad de los objetos representados, evocando así un final de la existencia conocida. Pero a su vez, estos elementos dan lugar a una metamorfosis, a una evolución que surge de entre las grietas y que del mismo modo aspira a reconstituir al sujeto en términos positivos.

Aunque resulta evidente que esta noción de trascendencia propia del Seiscientos –vinculada a la creencia en un Dios todopoderoso e inaccesible– prácticamente se ha perdido en nuestro presente. Es posible considerar que ese antiguo concepto de trascendencia religiosa tenga ahora una orientación más vinculada a la espiritualidad y la política propia de la sociedad laica en la que vivimos (Brea, 1991). En el trabajo de Marina Núñez, esto se traduce efectivamente en un compromiso político y moral con algunas de las cuestiones sociales y de identidad que atañen al ser humano contemporáneo.

En este sentido, su producción artística gira en torno determinados aspectos relacionados con el estado de crisis en que se encuentra la sociedad actual, la cual está siendo sometida a diversos cambios sustanciales vinculados con la posmodernidad líquida en la que nos encontramos inmersos (Bauman, 2000). Este estado de indefinición, de cuestionamiento de la identidad constante, convierte al sujeto contemporáneo en un ente inconsistente, una naturaleza volátil que la artista entiende como un mecanismo útil para huir de los estereotipos y fundamentalismos sociales que se han mantenido de manera sistemática a lo largo del tiempo.

Para ello, genera todo un mundo alternativo al que denomina “mapa de la exclusión”. Un terreno imaginario para ver más allá de superficies pulidas, del teatro de la ficción que es la realidad. Nuestra identidad, que podríamos asemejar a la conjunción alma y cuerpo –para Marina información y carne (Tejeda, 2011)– es tan solo una metáfora que posee una validez relativa. Al vernos reflejados en un espejo, obtenemos una versión parcial de la realidad, siempre más compleja, una concreción mental que nos ayude a superar el caos cambiante y moldeable que es nuestro mundo hasta hacerlo asequible.

La estabilidad no es cierta, es solo una apariencia que se desmorona, que se funde una y otra vez al hacerle frente, al enfrentarnos a nuestro propio reflejo. En él encontramos a nuestro yo oculto, del que por lo general renegamos. Nuestra parte sensible, oscura, enigmática, donde escondemos aquello que “nos arrebata por instantes de la cárcel de nuestra limitación” (Trías, 2006). Por ello, las representaciones de la locura, lo tenebroso, lo siniestro, lo monstruoso, lo aberrante… al fin y al cabo son hipérboles estéticas que definen a nuestro yo más irracional, aquello que pone en evidencia que lo otro abyecto nos constituye inevitablemente. Que belleza y monstruosidad, son dos caras de la misma moneda, tal y como lo concibieron aquellos artistas que desarrollaron su producción tras la crisis del clasicismo renacentista.

Ciertamente, tanto para Bauman como para Marina Núñez, este estado de construcción continua, de fluidez y cambio, son características positivas del sujeto contemporáneo. Es la solución que este encuentra para adaptarse a la sociedad voluble en la que vivimos, donde las certezas categóricas han dejado de tener cabida. Por eso, para Marina Núñez la creación artística sigue siendo un espacio de lucha, esperanza, optimismo y revolución. Un campo de batalla donde los mecanismos de representación van más allá de sus fines aparentes, impulsados por su carácter excesivo (Sarduy, 1987; De la Flor, 2002), mostrando “una identidad constantemente recuestionada, que nunca se adquiera por completo y desde luego nunca pretenda imponerse como verdad, que pueda ser parte de una estrategia de acción en el terreno de la práxis política o de la vida cotidiana” (Marina Núñez, 2004).

En definitiva, la exposición FENÓMENOS pretende reflejar que la producción simbólica del Barroco histórico va más allá de la simple emanación de un contexto histórico y político concreto. Los escritores y artistas del Siglo de Oro tienen tanta vigencia en nuestra actualidad porque sus obras poseen una energía completamente contemporánea, porque sus estrategias son extrapolables a nuestro tiempo.

Citando a Walter Benjamin (1942), “la Historia debe ser un ente inconcluso y abierto, que abra debate en nuestro presente y propicie nuevos cuestionamientos e investigaciones”. Así, nos invita a pensar en un tiempo no lineal, sino discontinuo, un pasado al que podemos apelar desde nuestro ahora, para generar nuevas relaciones dialécticas. Romper con el orden establecido, transgredir los esquemas, tal y como hicieron los artistas del siglo XVII, seducidos por lo abyecto, lo monstruoso, lo diferente; dispuestos a ensalzar la multiplicidad frente a la unicidad clásica, frente al canon establecido. De la misma forma, rechazar nosotros la Historia como una única crónica verdadera del pasado, y apreciarla como un relato abierto al que podamos acudir, que sea capaz de despertar la acción política en el presente.

 

 

REFERENCIAS

ANCESCHI, Luciano. La idea del Barroco. Estudios sobre un problema estético, Madrid, Tecnos, 1991.

BAUMAN, Zygmunt. Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, 2000.

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—- “Barroco y Modernidad: hacia una ética materialista de la representación (de uno mismo)”. AISTHESIS Nº 50, 2011, pp. 111-127

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