Óscar Alonso Molina
El sueño de los otros y lo último del tiempo
“Canon”, catálogo individual, Ed. Galería Nuble, Santander 2010.

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Contrariamente a lo que puede parecer a primera vista, el antihumanismo es justo lo contrario del nihilismo: si este último homologa todo en un mismo nivel, el primero en cambio pone unas diferencias que no se pueden eliminar: por un lado está el hombre con sus debilidades, sus idiosincrasias, su emotividad, por otro la cosa, la tranquila belleza de la material, el aspecto metafísico del mundo.

-Mario Perinola: Enigmas

Aquello es un país de hadas. Todo acontece por la Electricidad.

-Villiers de l’Isle Adam: La Eva futura

Para Marina Núñez el mundo, tal y como lo conocíamos hasta hoy, se ha vuelto algo inviable. Supongo que de ahí tan ostentoso esfuerzo por hacer, si no factible, sí al menos verosímil el hecho de imaginar otras formas de vida y otros modelos cósmicos que su trabajo de los últimos años lleva a escena. Pero lo cierto es que, aunque nadie podría afirmar con total seguridad todo se trate de una proyección del único mundo que conocemos con algo de profundidad y desde hace no tanto, sus diseños reflejan demasiados puntos en común con él como para no dar pie a la sospecha de estar frente a una suerte de visiones apocalípticas, o de cábalas futuristas, por las cuales el presente fuera ya el pasado, y nosotros mismos lejanos antecesores de esos inquietantes seres [del] por venir que protagonizan sus imágenes.

Situados, pues, allí lejos, en un futuro que no obstante mira y hace constantes guiños al tiempo que fue (de Leonardo al Gótico, del expresionismo histórico a Babilonia o Egipto), ¿qué queda en tal distancia de lo humano? Quiero decir: ¿hasta dónde nos reconocemos todavía bajo nuestra forma actual cuando miramos en el desasosegante espejo distorsionado (¡el tiempo, que todo lo cambia!) plantado por la artista delante de nuestro rostro? Resulta sorprendente y bastante aleccionador comprobar cómo desde la fantaciencia semejante retrato del presente sea al cabo más incisivo, y casi diría menos increíble, que muchos de esos otros intentos contemporáneos por capturar la imagen “auténtica” de nuestra vida llevados a cabo, con harta frecuencia de forma paupérrima, desde posiciones estéticas epigonales del naturalismo, el realismo, el costumbrismo, etcétera.

Y es que no parece que vaya a ser precisamente por los acentos pintorescos ni los gestos miméticos, como tampoco por el apego a lo real ni las (auto)imágenes reconocibles, por lo que quisiéramos ser recordados los hombres de hoy cuando ya no estemos sobre la faz de nuestra Tierra. No, como los trabajos de Marina Núñez ponen bien a las claras, colectivamente nuestro tiempo despliega una satánica voluntad de contemplar -y mucho me temo que incluso contemplarse como- lo peor. De ahí lo irresistible, lo terrible y fascinante de no saber ya dónde empieza el monstruo y dónde acabamos nosotros; o de lo ambiguo que es distinguir aquí entre cultura y barbarie; incluso de esa paradoja por la cual sus paisajes posnucleares y la voluntad de una Tierra Quemada Universal nos parezcan tan atractivos como antaño el mismo Paraíso. Pero, de hecho, ¿no son precisamente casi ángeles esos cuerpos calcinados y en indescriptible metamorfosis que sobrevuelan desiertos y mares sin límite en sus infografías?

Por otro lado, ¿no ha recobrado el aire en esos ecosistemas enrarecidos suyos, a pesar de todo, una cristalinidad ideal, la luz un brillo cegador y el agua una apariencia de pureza casi sintética que debemos reconocer como edénicas? ¿No es cierto, pues, que apenas cabe imaginar en mayor cercanía, en indisoluble amalgama, lo que nos produce espanto y cuanto nos maravilla de la vida, que en estos personajes suyos y los paisajes que ocupan? He hablado muy conscientemente de “ocupar”, y no de “habitar” el entorno, pues el acomodo entre formas y funciones adquiere en los territorios digitales de Marina Núñez un tinte eminentemente futurista, donde el capricho y el lujo, la gratuidad, o el realce atractivo de las superficies del mundo parecen destinados antes a la vista del espectador externo que fruto de la adaptación evolutiva de los propios ocupantes de sus escenas.

De esa humanidad sin la presencia humana del hombre, por decirlo a la manera dechiriquiana, cabe afirmar que ha nacido sobre todo para ser mirada en la distancia, como no podía ser menos en una profecía… Despliegue barroco de la voluntad de ser visto como condición ineludible para ser entendido, como cifra de la identidad. Esto supone en estas imágenes la reificación completa de las personas en objetos: todo deviene paisaje; el ojo permanece, pues, ostentosamente, afuera de ese tiempo y ese espacio lejanos. El efecto de cosificación de la vida que, como digo, parece repartirse entre la ciencia-ficción y la estética metafísica, se acentúa gracias a los constantes apuntes tecnológicos que vemos aparecer por doquier, siendo en todo momento puras ruinas: testimonio de la catástrofe generalizada del progreso civilizatorio, de los signos del hombre, y, desde luego, restos materiales del triunfo enciclopédico de la distopía.

Marina Núñez aspira a una voz profética, sibilina… Alguien que presiente y nos anuncia la imagen de las cosas que aún no han llegado. Aunque ya sabemos que toda previsión hoy, como la inspiración, está obligada a caminar siempre al borde de la ceguera. El devenir del cuerpo en mutante y cyborg, el cataclismo ecológico, la genética como destino, una posible feminidad postbiológica, la recreación de mundos artificiales, el monstruo, la grandilocuencia milenarista de culturas y civilizaciones inéditas, la biotecnología como ciencia radical de las transformaciones, son las principales líneas de avance de su investigación particular en los últimos tiempos. Bueno, y ahora que lo digo, ¡si el verdadero asunto de toda esta escatología desarrollada por la artista serían “los últimos tiempos”! Unos tiempos, en fin, no menos tenebrosos que los que estamos viviendo ya; aunque si te digo la verdad, lector, no tengo claro todavía que ella misma crea que sus universos especulados sean el lugar de la posible, o inevitable, habitación del mundo futuro para el hombre; desde luego, que no la idónea. Aunque a todas luces Marina no pueda disimular por completo su interés en que resulten ambiguamente atractivos. Y desde luego que, para acabar ya, a mí no me importaría al menos ir a echar por allí un vistazo algún día; aunque sólo fuera para comprobar si se cumple aquel implacable precepto de la Kábala que dice: “quien finge ser fantasma, llega a serlo”.

Ó. A. M.  [Madrid-Roderos (León), julio de 2010]