Horacio Fernández
¿El cielo de las mujeres?
«Marina Núñez», catálogo individual, Ed. Unicaja, Málaga 1993.

 

En la obra de Marina Núñez hay una contradicción interna que molesta e incomoda. Sus cuadros parten de un mundo cotidiano y trivial, sea por los soportes que ella utiliza para sus pinturas, casi siempre servilletas o manteles bordados, por el cuidado que tiene en pintar bien, de una forma morosa que debe lo suyo a las enseñanzas académicas, o por los temas, a menudo caseros, hogareños.

Pero ese mundo doméstico dista de estar domesticado.

Una de sus servilletas muestra una cocina de revista de decoración tipo Maisons et Jardins. En medio de esa cocina cuelgan dos perdices y otros pajarillos copiados de un bodegón de Juan Sánchez Cotán de 1602, antes de meterse a fraile.
Están en su sitio, pero hay algo más que una pequeña tragedia en esas aves muertas colgando. Puede que su forma de doble paréntesis, la agradable calidad táctil de sus plumas brillantes, el hueco entre la pareja de perdices, sea algo mas que un recuerdo del sexo femenino.

Otra servilleta de la misma serie de interiores parece dar la razón a interpretaciones parecidas, aunque esta vez lo que no está en su sitio, no por ello está descolocado. En un dormitorio tapizado hasta el delirio, un dormitorio también de revista del estilo antes mencionado y probablemente femenino, hay un manojo de zanahorias que pende amenazante sobre la cama .
Otra servilleta muestra un enorme huevo que cuelga como espada de Damocles sobre un sillón, sin duda un lugar cómodo para una mujer embarazada. Y en un pañito bordado, un sofá tapizado como el dormitorio de antes está rodeado de ojos
inquisidores.

«Para mí, Dora era siempre la mujer que lloraba. Siempre. Y un día pude pintarla como mujer llorando … Eso es todo. Es importante porque las mujeres son máquinas de sufrir. Y encontré el tema. No tiene una idea demasiado clara de por qué estás haciéndolo. Cuando pintas a una mujer en un sillón, el sillón implica vejez y muerte ¿no?. Y por eso es malo para ella. O a lo mejor el sillón la proteje … Como las esculturas negras». La cita es de Pablo Picasso. André Malraux la reproduce en La cabeza de obsidiana , un libro basado en las conversaciones de los dos.

«Las mujeres son máquinas de sufrir». La serie de Marina Núñez de «mujeres locas» incluye rostros de mujeres amenazantes, tontas, absurdas, peludas, pelonas y hasta sufrientes. Vean si no su cabeza de Santa Teresa según el mármol de Bernini, una cabeza que parece demostrar que Santa Teresa sufre más que goza, a pesar de que siempre se asegure que existe el equívoco entre placer y sufrimiento que tanto apreciaba Stendhal. Quienes sí disfrutan son las dos moscas que liban en los labios la baba, no sabemos si dulce o amarga, que se le escapa a la santa en el éxtasis, un éxtasis que parece cualquier cosa menos místico. Hay en este cuadro un pedazo de bordado en una esquina, ¿el cielo de las mujeres?

Carl Jung publicó en 1932 un texto sobre Picasso después de visitar su exposición en la Kunsthaus de Zurich. Describe la obra de Picasso como un descenso en el mundo del inconsciente con completo desprecio y olvido de la existencia del mundo espiritual. Le llama esquizofrénico, dice que Picasso pinta lo feo, lo enfermo, lo grotesco, lo incomprensible, lo fútil.

La esquizofrenia suele ser mencionada al hablar de mujeres artistas. Y no sólo de las artistas: hace tiempo que es un tópico en textos feministas.

«Soy una mujer. Todo artista es una mujer y deben gustarle otras mujeres. Los artistas que son pederastas no pueden ser verdaderos artistas porque les gustan los hombres, y como ellos mismos son mujeres, vuelven a la normalidad».
Otra vez la cita es de Picasso, esta vez de una conversación con una mujer a la que cortejaba, la que fue llamada «su amor secreto». Quizás por esa autodefinición como mujer podía decir, como dijo a Malraux, frases como ésta: «cuando trabajo
con Kazbek [su perro) pinto cuadros que muerden. Violencia, platillos que suenan, explosiones … Un buen cuadro, ¡cualquier cuadro!, debe estar erizado de hojas de afeitar».

En los cuadros de Marina Núñez no hay cuchillas de afeitar, pero no por eso dejan de morder. Hay veces que muerden de manera obvia, como en esa grisalla de la serie de «las mujeres locas» que sale de un fotograma de una película de
Luis Buñuel. Otras veces agreden deliberadamente. Y, si no muerden, están llenos de cosas para morder. Son comestibles esas frutas del mantel grande, comestibles sí, pero, ¿no acaban en ojos esas uvas? y ese estuche espinoso de una fruta, ¿qué es sino una vagina?

Aquello que Picasso decía hacer, lo de dejarse el cuerpo fuera mientras pintaba, como dejan los musulmanes las babuchas al entrar en la mezquita, no es algo que pueda atribuirse a Marina Núñez.