Rafael Doctor
Carmen
“Marina Núñez”, catálogo, Ed. Galería SalvadorDíaz, Madrid 2001, pp. 49-63.

Texto en Inglés

 

Tengo un hermana pintora. Desde que soy pequeña tengo una hermana pintora que pinta y me ha pintado de forma obsesiva. Que ella sea mi hermana es algo casual;  no lo es, sin embargo, que desde que tengo uso de razón me siento observada e interpretada en imágenes constantemente por ella.

Me encuentro lejos de casa y creo que nadie puede localizarme hoy día. Estoy escondida después de haber dejado todo. Me he propuesto escribir estas hojas para mi misma con la intención de llegar a comprender el por qué de mi estado actual y, sobre todo, de tratar de buscar una justificación a todo lo que ha pasado.

Hoy he estado a punto de llamar y decir que no se preocupen por mí, pero finalmente no me he atrevido a salir de este estado de enajenación al que han conducido más de treinta años de contemplación sufrida en mi propia piel.

Mi memoria nace a través de los dibujos de Marina. Cuadernos y cuadernos de dibujos que mi hermana pequeña hacía sobre la que estaba siendo su modelo a seguir, aunque yo sólo contaba con dos años más que ella.  Siempre adoré a Marina, a la sonriente niña rubia de mi casa que me seguía desde sus primeros pasos.  De una forma intuitiva mi madre la asignó siempre a mi lado. Con ella compartí habitación y amigos. Eramos las más próximas en edad entre todos los hermanos y, aunque nuestro carácter con el tiempo fue distanciándose, las otras cosas del destino nos obligarían a seguir compartiendo más y más experiencias. Mi vida, como digo, puede ser un libro, no de palabras, sino de los dibujos que mi hermana me fue haciendo desde que tenía poco más de dos años. Cuando pintaba a toda la familia yo era tan grande como el resto de los miembros juntos. Yo siempre sobresalía en su mirada ingenua, y me gustaba. Fue mi niña que me miraba con sus millones de gestos en líneas de lápices de colores. Marina siempre ha sido pintora. Siempre sobresalió en las clases de trabajos manuales y pretecnología.  Desarrolló un instinto inaudito para contemplar las cosas e interpretarlas a través de su mirada. En el instituto sacó varias matrículas de honor en dibujo y fue allí donde su tema de contemplación predilecto, yo, empezó a ser para mí algo más que la inmensa muestra de cariño que siempre había tenido conmigo.  Un día llegó a casa tarde. Estaba sofocada y excitadísima y me decía que tenía algo para mí que me encantaría. Pasamos al cuarto y nos sentamos en la cama

— Ten. Es para ti. Es el primero que sale de la imprenta y me encanta.

Me dio un tubo de cartón. Lo abrí y saqué de él un póster muy grande en el que anunciaba la semana cultural del instituto.  Mi sorpresa fue casi mortal cuando descubrí que la imagen del cartel era una pintura de mi cara rodeada de libros. Me sentí abrumada. Mi cara totalmente reconocible, impresa, estaría empapelando todas las cafeterías y locales de Palencia.  Me quedé paralizada por un instante. Finalmente reaccioné al observar que mi hermana no esperaba mi respuesta. Su intención había sido la mejor conmigo, pero a mí no me había preguntado nada. Yo iba a estar en todas las paredes y siempre iba a ser la del póster. Intenté arreglar la situación para no discutir con Marina, pero esa noche no dormí pensando en la imagen pública que desde entonces debería  soportar. Ahí comienza la pesadilla que hoy me tiene alejada, pesadilla en la que he sido siempre cómplice y víctima.

Los años pasaban y Marina, como era esperado, ingresó en la Facultad de Bellas artes. Aunque seguí siendo su modelo para miles de ejercicios y trabajos durante aquella época, encontré paz al final de su carrera cuando finalmente se decantó por realizar imágenes en las que no existían figuras. Todo era abstracto y no había restos evidentes de mi presencia ni de ninguna otra persona. Marina pintó entonces cuadros abstractos que pronto decoraron las casas de casi toda la familia y que además empezó a vender y a publicar en algunos catálogos. Siempre le fueron las cosas bien. Marina tenía una sonrisa creíble que siempre he pensado que ha sido su pasaporte de autenticidad en el mundo tan complicado en el que empezó a moverse a causa de su carrera. Realizó su primera exposición en un pequeño local cerca de casa. Eran cuadros oscuros y geométricos. Yo no estaba allí ya representada. Aún puedo recordar lo que sentí con aquellas pinturas: era como si mi hermana se independizase por fin de su hermana mayor y rompiese ese vínculo que con su constante mirada a mi rostro y mi cuerpo había forjado en nuestra vida conjunta. Sentí algo parecido a una tristeza dulce y sobre todo el vacío de no presidir el espacio que hasta ahora me había pertenecido.

— Marina –le dije en mitad de la inauguración– ya eres mayor.

Estoy convencida de que no me entendió. Yo nada más decirlo me arrepentí de mi ridículo comentario que evidenciaba cierta nostalgia de la infancia pasada. Pero sobre todo le estaba diciendo que sentía celos de no presidir aquellos lienzos, que para mí siempre fueron pura decoración. Aquel día nos fuimos a cenar todos los amigos y Marina, que no suele beber nunca, tomó varias copas. En un bar, ya tarde, me dio un abrazó con su maravillosa sonrisa, entonces más exagerada de lo normal, y me dijo:

— Carmen, me tienes que ayudar. La semana que viene quiero empezar a pintar unos cuadros que llevo pensando mucho tiempo y que realmente creo que es lo que yo quiero hacer. Lo que hoy se ha expuesto no me convence.

Allí estaría yo de nuevo. Allí estaría dispuesta a empezar a ser contemplada una y otra vez en lo que sería la obra definitiva de mi hermana. Marina siempre había mantenido una posición radical en relación a todos los temas que afectasen al papel de la mujer en nuestra sociedad. Nunca se tragaba el cuento de la igualdad tan vendido y sobre todo reaccionaba constantemente ante los convencionalismos que disponían roles a las mujeres. Yo compartía sus ideas en buena parte, aunque nunca llegué a hacer bandera de ellas como le ocurrió a Marina. Mi dedicación a las matemáticas me aisló en un mundo de lógicas que nunca lo acaban de ser y de exactitudes siempre imprecisas. Fuimos caras opuestas de la misma moneda, pero caras que se miraban hacia dentro para contemplarse una a otra, como si el mundo se redujese al volumen de ese pequeño círculo. El orden que yo investigaba en mis estudios Marina lo convertía  en caos a través de sus planteamientos hechos cuadros.  El caso es que Marina empezó a adoptar una posición sólida y coherente que permitió trasladar su ideología de mujer en grito a sus pinturas.  Todo empezaba a ser coherente y, sobre todo, yo volvía a ser el objeto de contemplación. A través de las obras de Marina mi imagen fue la imagen de la historia de la mujer en el mundo occidental. Mi rostro se trasformó cientos de veces en musa, en perseguida, en puta, en monstrua, en torturada, en atrapada, en iluminada, en muerta, en mutilada y sobre todo en loca.  Mientras yo descifraba en mi investigación teoría ergódica, mi imagen se transformaba, gracias al pincel de mi hermana pequeña, en todas aquellas que la sociedad había querido que fuesen las mujeres. La complicidad entre Marina y yo llegó a un extremo enfermizo. Yo empecé a sentir los cuadros cada vez más míos y a implicarme en discusiones que generaban nuevas ideas y nuevas imágenes, en las que yo volvía siempre a estar dispuesta a posar y a ser contemplada hasta la saciedad. Nunca estuve tan próxima a mi hermana como entonces. Comprendí que más que una musa lo que yo suponía era la perfecta excusa para generar un auténtico autorretrato de mi hermana en el mundo como mujer.  Mi cuerpo, a través de la técnica de Marina, se convertía en ella ante el mundo.  Por entonces yo asistía a las exposiciones con el temor que debía corresponder a la artista y sobre todo asumía las críticas como algo personal, aunque intentaba nunca demostrárselo a Marina.

Hace tan solo dos años todo empezó a cambiar y la complicidad se convirtió en tortura. Marina, hastiada o satisfecha de representar a la mujer asignada, viró su trabajo pues pensó que mucho más allá de todo eso el futuro esperaba y  era necesario llegar a la construcción de la nueva mujer, una mujer que se hacía a sí misma y que, una vez aprendida y asumida la lección de un pasado de humillaciones, se enfrentaba a una responsabilidad de autoser. La mujer sería ahora un laboratorio de sí misma y ante el futuro ofrecería una nueva idea sobre todo lo que debería portar. Empezó eliminando todos los atributos inútiles y despojando de historia al cuerpo. De nuevo era mi piel el lugar donde el experimento encontraba la definición en imagen. Yo, que había soportado ser la imagen de la historia de la humillación histórica sobre la idea de mujer, ahora me encontraba incómoda en mi nueva función de donar mi imagen a una experiencia de un tiempo más allá. Empecé a darme cuenta que mi imagen de individuo estaba completamente distorsionada por la relación que con Marina tenía. Pero, aún con todo, seguí junto a ella. Pero algo sucedía que yo no podía ni definir ni mucho menos controlar.

Por aquellos días unos amigos míos habían venido a Palencia y los paseé por la ciudad. Los llevé a la catedral. Allí empecé a sentir algo que vino a afirmar mis sospechas. Me acerque a mostrarles un cuadro maravilloso sobre la anunciación de la virgen y sentí algo extraño. Me volví a acercar y noté algo así como un eco de palpitaciones. Me asusté y me emocioné al mismo  tiempo. Por la tarde volví sola a la catedral. Me acerqué más a mirar el rostro brillante de aquella virgen con manto azul; la sensación que había tenido por la mañana se hizo aún mayor.  Me retiré y topé con una talla de la sillería que representaba a un padre de la iglesia y sentí aún más fuerte ese eco. Seguí dentro de la iglesia moviéndome espantada de mis propias sensaciones que se acentuaban en el momento que miraba o tocaba representaciones humanas. Sentí el vértigo del eco del tiempo en las vidas de tantas y tantas personas que habían sido representadas y que ahora estaban allí habitando en nombre de una historia que los había olvidado. Quería huir y sin embargo me sumergí en el museo de la catedral. Allí los ecos se multiplicaron y se desplomaron sobre mí hasta que caí desmayada. No recuerdo más. Me desperté en el hospital y al abrir los ojos ví a Marina con el resto de mi familia. Todos me miraban y sentí por primera vez lo que la mirada de Marina me arrebataba.  Recuerdo que respiré fuerte y angustiada. Acabé gritando y llorando.  Había descubierto algo que no conocía y que me convertiría de por vida en esclava de lo que el tiempo deja. Mi imagen a través de los ojos, mente y manos de Marina sería el lugar de ecos futuros atrapados más allá de mi propia existencia. Ya no me pertenecía nada de lo que había dado. Me iba a ser difícil recuperar todo lo que ya estaba fuera de mí y que no sabía que había entregado con solo dejar ser mirada e interpretada.

Tardé unos días en recuperarme. Decidí no hablar con nadie sobre todo aquello que estaba sintiendo.  Lejos de ello, pensé que debía hablar con Marina e intentar huir de su mundo sin hacerle daño a ella. Siempre tuve claro que su culpabilidad era involuntaria, pero no podía pensar en una nueva contemplación y me aterrorizaba la idea de volver al estudio.

— Marina, este nuevo trabajo me produce frío. No se que me pasa pero me incomoda lo que de mí hay tras estas imágenes.
— Te entiendo pues a mi me ocurre algo parecido. Estoy haciendo esto sin saber exactamente cual va a ser el final. Sin embargo a mí ese frío que también siento me mantiene más alerta que nunca. Creo que es posible lo que pinto. Son cuadros para un futuro incierto y no para un presente monótono que da vuelta sobre la historia.
— Ya, pero posiblemente no entiendas lo que a mí me ocurre. Ayer vi en una revista el cuadro que hiciste este verano, el del fondo negro con el cerebro abierto y me conmovió más que nunca. Esa  energía que salía de mi cabeza me turbó mucho más de lo que nunca lo ha hecho un cuadro tuyo anterior. Aunque vi la imagen mal reproducida en la revista sentí cierto vértigo y quiero hablar contigo,  pues quiero descansar. Siento la necesidad de no ser ahora la imagen de lo que buscas. Espero que lo entiendas.
— No, Carmen, no lo entiendo, pero tú sabrás lo que debes hacer.

Sentí que Marina  no comprendió lo que le quería decir pues yo tampoco me atreví a ser sincera. Pero se trataba de miedo a no reconocer mi cuerpo ante el espejo de cada día y sobre todo miedo a ser un eco que persistiese más allá de mi misma. Mi piel estaba fatigada y quería descansar. No quería dar nada más a las imágenes.  Ese mismo día me corté el pelo y me gasté más dinero que nunca en ropas que luego apenas me he puesto.

Lejos de ser una pequeña disputa, mi posición con Marina fue incrementándose día a día hasta el extremo que rehuí a Marina y no quise responder sus insistentes llamadas. Incluso una noche que volví a casa después de un día durísimo en la facultad, me encontré quemando en la bañera uno de los últimos dibujos que Marina había hecho sobre mí. Acabé llorando con la rabia de saber por qué estaba haciendo eso, pero continué y seguí quemando cada uno de los libros y catálogos donde aparecía mi rostro interpretado por Marina. A las tantas de la noche no pude más. La llamé y le dije que viniese a casa. Me puse como loca a gritarle y a exigirle que destruyese todo lo que de mí había hecho, que tenía derecho a la propia imagen de mi cuerpo, e incluso la amenacé con mi suicidio si no hacía lo que yo quería. Acabamos llorando las dos y nos quedamos dormidas juntas. Al despertarme, lejos de pedirle perdón, le dije que se fuera. Se negó  y la eché de mi casa. Pero yo no me quedé allí. Me presenté en su estudio, pues sabía que ella no estaría allí, y destruí las miles y miles de fotografías y negativos que me había hecho durante tantos años. La vi a los pocos días y no nos dijimos nada. Recuerdo que no me miró con la rabia que esperaba, sino con unos ojos tristes y desolados. Yo no sentí remordimiento alguno.

En mi familia no entendían nada. La moneda que fuimos había sido partida por la mitad del lomo, y existía un distanciamiento inaudito para el resto de mis hermanos y sobre todo para mi madre que intentaba comprenderme y no entendía nada. Yo busqué la formula de irme unos meses fuera para poner orden a todo aquello. Me fui y he estado todo el verano en una universidad de Tokio, donde pude desarrollar parte de mi investigación y sobre todo relajarme de no tener que ser la imagen evolutiva en la que se basaba la obra de la artista de moda. Una semana antes de mi regreso, cambiando de canales en mi pequeño apartamento, me quedé petrificada al reconocerme en un reportaje que se hacía sobre futuro y mujer. Era de nuevo yo en un nuevo cuadro de Marina, pero no era yo al mismo tiempo. Mi hermana siempre pintó a través de la integridad física de su motivo de representación. Me fotografiaba normalmente y luego desde allí transportaba la forma al cuadro. Nunca quiso inventarse mi cuerpo, nunca se atrevió a no mirarme antes de lanzarse a un cuadro. No entendía lo que estaba pasando, pero notaba de nuevo la rabia que me había situado en la otra parte del mundo. Quise adelantar mi viaje y no me fue posible. Finalmente volví tras un vuelo largo en el que no pude descansar, encendida en la rabia que me convertía en un ser extremo y sin un fundamento que se pudiese entender. Desde el aeropuerto me dirigí al estudio. Llamé y me abrió la puerta Marina. No habló y yo me adentré despacio contemplando todas las nuevas telas. Volvía a ser yo la que aparecía representada, pero sentía que no lo era  al mismo tiempo.

— Te he echado mucho de menos. Te necesito y siento mucho lo que ha pasado. Te quiero más que a nadie y preciso de ti algo que yo no puedo explicar –me dijo Marina.
— Me has estado arrancando escama a escama la piel durante años y yo incluso he consentido y he participado en el juego. ¿No ves que pincelada a pincelada has acabado arrebatándome parte de mi alma, de mi vitalidad? ¿Sabes por qué en cientos de culturas de este mundo no permiten la representación del cuerpo? ¿sabes por qué tantos millones de personas no permiten ser fotografiados? ¿sabes qué hoy mismo los talibanes de Afganistán están destruyendo todas las estatuas e imágenes que hay en su país? ¿Te has parado a pensar en algún momento que hay algo ahí que no llegamos a comprender pero que nos afecta del mismo modo? ¿No te has dado cuenta de que me has estado minando poco a poco?

— Los talibanes matan a cualquier mujer que muestra su rostro. Los hombres sí lo pueden mostrar y no necesitan velo –dijo Marina.

No pudimos continuar la conversación  pues no tenía sentido emitir en direcciones tan opuestas.  Sobrevino un silencio en el que yo observaba detenidamente el estudio. Me acerqué a la mesa y topé con varias fotografías de fragmentos míos. Reconocí mis labios, mis ojos, mis manos, mi pecho. Todo estaba allí pero en trozos inconexos. Sin embargo no reconocía el silbido que otras veces sentía cuando me acercaba a mi propia representación. Por un instante pensé que mi extraña hipersensibilidad a lo representado había desaparecido.

— Y esto ¿por qué? ¿por qué no me dejas descansar? –le dije.
— No eres tú. Te busco, pero no eres tú.
— ¿Qué quieres decir?
— Que no eres tú. Esas son las manos de Ana, siempre fueron como las tuyas. Los ojos son los de Eugenia, los brazos los de Yolanda, las caderas las de Inés ……. Desde que te has ido te busco en todos los cuerpos que sé que tienen algo de ti. Intento reconstruir el vacío que has dejado. No sabes cómo te necesito. No me importa ya que no estés. Soy capaz de llegar a animarte en mis cuadros sin ti. No te necesito para llegar al eco.

El eco. Su última palabra resonó en mi mente como un disparo. Descubrí que ella siempre supo lo que me estaba haciendo.  Después de mucho tiempo entendí todo, aunque ya era tarde. Me quedé paralizada y respirando profundamente de dolor y rabia por algo que iba más allá de una traición.

Marina me miró con una fuerza imponente. Creí que me pegaría, pero no fue así;  cerró unos segundos los ojos y empezó a reírse como nunca la había visto. Ella siempre supo lo que me arrebataba con su mirada.  Parecía loca y se reía de mí ridiculizándome. Entonces la observé y casi no la reconocí. En medio de su humillante y compulsiva risa la noté realmente desmejorada físicamente.  Era una monstrua que no paraba de reírse y me rodeaba haciendo burla de mi estado de pobrecita niña sensible a los ecos que había empezado a sentir. Yo me encogí y empecé a llorar y quise huir. Al final me agarró y quise escapar. Forcejeé con ella y le arrebaté la bata que llevaba como única prenda. Quedó desnuda y siguió riéndose, ya ajena a mí.  No reconocí a mi hermana en aquel cuerpo tan blanco manchado de pintura en mitad de esas carcajadas infernales  que no cesaban. Estaba como extasiada o poseida en su propia creación, en su propia trampa, en su propia situación.  Logré salir corriendo a la calle y paré un taxi que casi me atropella. Cuando subí oí un grito.

— Carmennnnnnnn…..

Alejándome con el taxi la vi correr desnuda y rota tras de mí. La imagen que tengo de aquel momento se me confunde con la de la fotografía de aquella niña vietnamita que en plena guerra corría mientras se quemaba su espalda. Marina era al mismo tiempo esa niña y la monstrua que durante unos minutos  había visto.

Estoy escondida. No se que ha pasado. He querido llamar y no me atrevo a salir porque sé que ella está ahí.