Marina Núñez
«Algunos cuerpos se definen en negativo»
“Marina Núñez”, Ed. Centro de Arte de Salamanca 2002, pp. 8-9.

 

Algunos cuerpos se definen en negativo:

como los cuerpos convulsos de las histéricas, ingratos por los tics y espasmos que los desfiguran, inválidos por las parálisis que los rigidizan, inexcrutables a pesar de los estigmas que en ellos se inscriben, incontenibles por los vómitos o exudaciones que los desbordan;

o como los cuerpos aberrantes de los monstruos, inverosímiles por la desmesura y el desorden de sus miembros, inquietantes por sus faltas o sus excesos, inclasificables por su capacidad para la metamorfosis, intolerables por la obscenidad de sus orificios y protuberancias;

o como los cuerpos híbridos de los cíborgs, impuros por su heterogeneidad, ilegítimos por ser construcciones sin certificado de origen ni garantía de originalidad, inestables por las prótesis y conexiones que redibujan sus fronteras, inhumanos porque atentan contra las viejas esencias y naturalezas.

 

De hecho, cualquier cuerpo es siempre un terreno resbaladizo, perturbador, y hasta repulsivo, en una cultura que ansía considerar al individuo como una esencia abstracta y descarnada: llámese alma, razón, información.

Por eso el Cuerpo paradigmático, al menos en el imaginario, intenta en lo posible ser un cuerpo bajo control: aislado, homogéneo, invariable, completo, autónomo.

 

La integridad corporal, por supuesto, no es sino un mito. Todos nuestros cuerpos son de algún modo grotescos, con sus medidas imperfectas, sus procesos de cambio corporal, la ingestión y expulsión de sustancias, las constantes contaminaciones.

Pero es un mito que apoya un sistema muy concreto de creencias sobre la identidad. La imagen del cuerpo normativo, por arbitraria que sea, naturaliza un conjunto de convenciones sobre lo que significa ser humano. Por ejemplo:

un cuerpo aislado y autónomo implica muchas barreras entre el sujeto y su comunidad, o entre el sujeto y la naturaleza, y devalúa planteamientos epistemológicos y éticos basados en la interacción;

un cuerpo puro implica un sujeto hostil parapetado frente a la otredad, y bloquea políticas más inclusivas y actitudes más empáticas con las diferencias de género, clase, raza o ideología;

un cuerpo invariable implica un acatamiento dócil de los pocos estereotipos de identidad que la cultura nos ofrece, y cierra el paso a la opción de ser sujetos en proceso, transitando por identidades múltiples, parciales, coyunturales y consensuadas; etc.

 

De ahí la capacidad de subversión de los cuerpos anómalos: nos devuelven una imagen hipotética pero no imposible de nuestro cuerpo, una imagen alternativa y transgresora que pone en cuestión la verdad y la pertinencia de la historia oficial y que puede convertirse en el correlato de otros desafíos: los de las identidades no normativas.